En entrevista del 11 de mayo 1997en España
Cipriani afirma:
Que tras la crisis, prefiere guardar distancia de Fujimori Va de Lima a Roma, pasando por Madrid. Y aquí nos encontramos. Acudo a verle con todos los prejuicios del mundo. Con toda la desconfianza. Llego, pues, arrogante y catequizada por los arrogantes, a pedirle cuentas.
Estrechas cuentas de si metió micrófonos y chips delatores, o si sacó planos de la embajada de Japón en Perú.
Cuentas de si cambalacheó con Fujimori el sangriento asalto final, traicionando a los guerrilleros del MRTA y entregándolos a la muerte.

22/04/2018 El Cardenal Juan Luis Cipriani actuó como mediador entre el gobierno de Alberto Fujimori y el MRTA, cuando este grupo subversivo asaltó y tomó la residencia del embajador japonés en Lima.
Monseñor Juan Luis Cipriani me mira en silencio, como sin verme. Extraña mirada la
de este hombre: parece altiva y fría; pero no: es tristísima. Hace un gesto cansino,
decepcionado: "¿También tú? ¿También tú quieres meterme en el fango, para que
desde ahí os demuestre que estoy limpio? ¿También tú quieres hurgar en la basura?"
PERDONE, monseñor Cipriani: debo hurgar en la basura.
Pero antes dígame, ¿cómo se siente?
-Desconcertado, defraudado, abatido, roto... Yo nunca esperaba ese final, ese terrible final.
Durante los cuatro meses, recé, luché y trabajé duro para lograr una salida pacífica. En todo
el tiempo del secuestro, me sentí padre de una gran familia de 86: los 72 rehenes y los 14
miembros del MRTA.
Como padre, yo velaba por sus vidas: quería sacarlos a todos, a los 86, vivos. Ese era mi objetivo. Un trabajo que tenía varios frentes.
De un lado tenía que mantener la tranquilidad entre los rehenes. Mi presencia, cada tarde, les daba esperanza. En cuanto a los del MRTA, se trataba de persuadirlos con cientos de conversaciones de que el Estado peruano no iba a aceptar sus exigencias.
Pedían la liberación de 431 presos, algunos de ellos con cadena perpetua, con delitos de sangre comprobados. Ahí hubo que forcejear mucho hasta que al final redujeron la lista a 20.
Y luego estaban las conversaciones políticas, para conseguir que el presidente Fujimori flexibilizara su actitud de no ceder al chantaje de las armas. Todo esto lo hice en un 99%, buscando la conversión, el cambio interior de las personas; y en un 1%, aplicándome al tira y afloja político.
-¿No se siente burlado por su amigo Fujimori, que le utilizó como un garante títere, para ganar tiempo?
-Más que burlado, me siento frustrado.
La Iglesia quería una solución pacífica, sin sangre, y no se ha logrado.
Pero yo sabía, como todos en Perú, porque el presidente lo dijo en público, que él estaba preparando "alternativas de coyuntura" porque, si le tocaban a un rehén, cambiaba todo el escenario de operaciones, y eso no lo podía improvisar de prisa y corriendo. De hecho, los rehenes y los secuestradores, todos, oían los ruidos de los que perforaban túneles bajo el suelo. Que se estaba preparando algo, era un secreto a voces.
Pero yo, sinceramente, me vi sorprendido por la irrupción armada...
"No entiendo ese final tan indeseable", dice Monseñor Cipriani sobre la incursión militar.
-¿Diría usted que Fujimori actuó a sus espaldas?
-Por supuesto que lo digo. Nosotros éramos los garantes de lo que se acordase. Pero no se acordó nada. Y permanentemente estuvimos fabricando una negociación. El final violento fue sorpresivo, y se coció a nuestras espaldas. Con lo cual, como garantes, nos quedamos al aire.
-¿Qué explicación les dio?
-Ese mismo día, por la mañana, nos habíamos reunido con el presidente. Hablamos del deterioro de la situación. Incluso, de algún posible incidente violento dentro de la embajada, porque los rehenes estaban o muy hundidos o muy alterados: cundía la impresión de que el diálogo político se agotaba por momentos, de que las posiciones entre Gobierno y MRTA eran irreductibles, y se palpaba el límite del límite.
Pero Fujimori no nos avisó de la acción militar. Por la noche, y ya a hechos consumados, nos dijo: "Lamento, señores garantes, haber tenido que tomar una decisión que yo no podía comunicar a ustedes".
Después no he vuelto a estar con él. No he tenido ni fuerzas ni ganas. Prefiero guardar cierta distancia, mantener mi independencia, intentar volver a ser el hombre de la calle, el cura alegre que era antes... Pero no me resulta fácil, porque lo que de verdad deseo es quedarme a solas con todo este dolor.
-Usted se puso enfermo y no acudió a la embajada los tres últimos días. Hay quien dice que se quitó de en medio, porque sabía que iba a haber una acción de fuerza militar.. .
-Si un instante antes yo sé que hay una acción armada, tengo dos decisiones: me voy a la embajada de Japón, para avisar a los chicos emerretistas, y para estar con los rehenes en esos momentos; e inmediatamente renunciamos los garantes.
Lo habíamos hablado más de una vez: sólo éramos garantes de una solución pacífica. Jamás cruzó por mi conciencia hacer doble juego, y ser también el servicio de inteligencia de Perú.
-¿Introdujo algún micrófono, como se ha dicho, o cooperó de alguna manera con la operación militar?
-Niego rotundamente haber introducido micrófonos o transmisores en mi cruz pectoral, o en las guitarras, o en libros, o en donde quieran decir, como niego haber sacado planos, o datos, o señal de cualquier tipo que pudiera ser parte de un proyecto estratégico.
Yo llegaba y entregaba todo a Néstor Cerpa y a Rojas. Ellos me revisaban desde los periódicos que les
llevaba cada día hasta el cáliz que iba a usar en la misa. Todo. ¿Las dos guitarras? Las pidieron los rehenes para celebrar la Navidad.
Pero las usaban indistintamente el MRTA y los secuestrados. Iban de mano en mano, y no tenían nada extraño en el interior.
Mejor dicho, yo no tengo conciencia de que hubiera nada en las guitarras. Ni en ningún objeto
portado por mí.
Me parece estúpido pensar que el servicio de inteligencia del Perú, en 126 días, no haya tenido todo tipo de sistemas para comunicarse o para escuchar lo que ocurría dentro, sin comprometer a los garantes. Además, allí entró casi un millón de objetos de lo más variopintos.
Los médicos entraban con el instrumental: desde fonendos hasta equipos de rayos X, de electrocardiogramas, de ecografías. Ah, y todos los días los de la Cruz Roja repartían las cartas del correo.
Sobre las especulaciones acerca de que algún miembro de la Cruz Roja pudo haber servido de correo entre Cerpa y sus contactos emerretistas en el exterior de la residencia,
Monseñor Cipriani pide a la entrevistadora:
"no me hagas echar sobre nadie el barro que otros echan sobre mí. No sería honrado".
-Por cierto, ¿cómo es que, sin enlaces propios, los del MRTA tenían tanta facilidad para comunicarse con el exterior?
-Sí, era sorprendente la cantidad de información que tenían sobre lo que ocurría fuera, o
detalles de lo que pasaba con sus presos en las cárceles. Y como no había línea de teléfono,
sólo cabe pensar que alguien hacía de correo.
-¿Alguien? ¿La Cruz Roja?
-Ah, no, no me hagas echar sobre nadie el barro que otros echan sobre mí. No sería honrado.
-Se ha escrito mucho sobre sus lágrimas, monseñor...
-Mis lágrimas no eran de un farsante, ni de un idiota.
Eran las lágrimas de un hombre que se siente padre de una familia de 86 personas, y al que le han matado 17 de un golpe. Sólo un animal no lloraría. Sentía, como ahora mismo, un dolor muy grande: desde Cerpa hasta la muchachita que estaba siempre junto a la puerta saludándome al entrar y al salir, ya eran como hijos, como hermanos.
Había logrado una amistad con ellos y una cercanía.
Conversábamos, discutíamos, de sus ideales políticos, de sus métodos violentos, de sus familias, de Dios... Cuando sé que los han matado a todos, noto el desgarro de que han matado a mis amigos. No digo a unos seres humanos sin rostro: digo a mis amigos.
También me da una pena inmensa la muerte del juez Ernesto Giusti y los dos militares. Y lloro por él. He apostado muchas horas de esfuerzo, de diálogo, de oración, y no entiendo ese final tan indeseable. Dios ahí me desconcierta. Sólo me lo puedo explicar ante el misterio del bien y del mal y de la libertad humana. Y no me pidan que lo despache con un culpables o no culpables. Dejemos que Dios lo juzgue.
-Los comandos de Fujimori ejecutaron sin juicio a los secuestradores. ¿Condena usted esos hechos?
-Soy delegado de la Santa Sede en este caso, y una condena equivale a una injerencia de un
Estado en otro. Sólo puedo decir que lo deploro profundamente.
-¿Tenía que ser así?
-Allí se había agotado la gasolina de la paciencia y del diálogo. Los del MRTA no se daban
cuenta de que 14 muchachos no pueden tener en jaque a un Estado. Y Fujimori no estaba
dispuesto a dar más facilidades que las ya ofrecidas.
-¿Cuáles?
-Pasaportes, y a Cuba. Excarcelación de algunos presos: cuatro menores y un viejito,
enfermo terminal. Garantías de defensa y revisión de condenas por un comité. Pero Cerpa y
sus emerretistas no querían la paz: estaban decididos a salir de allí con sus presos libres, o...
reventados a tiros. Por eso me volqué en el intento de cambiar su actitud. Aquello era
insostenible.
-¿Ha hablado con algún ex rehén?
-Sólo con cuatro o cinco. La mayoría se ausentó para descansar.
-¿Oyó alguien gritar "¡me rindo!" a los emerretistas?
-De esos con los que yo he hablado, ninguno oyó tal. Ni parece verosímil que alguien lo
oyera, con las bombas estallando.
-¿Debería abrirse una investigación?
-Como sacerdote, no me incumbe eso. Si el Congreso quiere aclarar las cosas, es su tarea.
Pero a mí no me metan en políticas de averiguación, ni a hurgar en los cadáveres.
Recopilado por : pegaso125hotmail.com
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