El antes y después del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN)

 HASTA EL AÑO 1990, el SIN era apenas una instancia burocrática arrinconada en destartaladas oficinas conocidas con el burlón apelativo de UCI (Unidad de Cuidados Intensivos), porque ser destinado a esa unidad significaba tener pocas o nulas posibilidades de ascenso. Sin embargo, todo cambió con el arribo de Montesinos.


A los dos años se construyó, con diseño específico, un magnífico y moderno edificio con amplias oficinas; enormes salas de reunión; despacho y vivienda para el Presidente; otro tanto para el asesor; numerosas oficinas para el trabajo de analistas; ambientes para grabar todo cuanto se transmitía en la radio y televisión; salas con cámaras ocultas para registrar en video las visitas, los pactos y los pagos a quienes admitían ingresar en el circuito de la corrupción; y restaurante, comedor y bar para reuniones de alto nivel y para el personal.


En el sótano, celdas de castigo y ambientes para ilegales reclusiones de enemigos del régimen o para cómplices caídos en desgracia. Y una enorme legión de agentes, hombres y mujeres, diseminados por todo el país.

Ningún peruano, con alguna «importancia», tuvo vida privada y ningún secreto fue realmente un secreto.

Con sofisticados aparatos de escucha telefónica y una colmena de agentes transcribiendo las conversaciones, los intrusos oídos del SIN conocían miles de conversaciones profesionales y personales aún antes que algunos de sus destinatarios.

Cuando el sistema creció incontenible se instalaron circuitos televisivos en zonas claves de la ciudad, cuya señal llegaba en tiempo real a un panel de pantallas.


 

También se instalaron equipos de interceptación de faxes para capturar las ondas lanzadas al espacio y se adiestraron a criollos hackers para tratar de saquear correos electrónicos confidenciales.

A la par, centenares de vigilantes husmeaban en lugares insospechados, apelando al disfraz de diversos oficios, sembrando micrófonos en oficinas y domicilios, captando discrepancias políticas y también intimidades de todo tipo.

Se llegó a instalar una red de informantes en varios hoteles limeños con el pérfido pago de un salario adicional a los propios empleados o el ingreso de nuevos trabajadores con el encargo de reportar determinadas visitas.

Huéspedes ingresados sigilosamente terminaban espiados sin misericordia y un reporte o una copia de la factura o el registro de alojamiento con el nombre de la pareja de ocasión, salía junto con los visitantes para el posterior chantaje al espiado.



En sus diez años de gestión, así como tuvo cómplices insospechados en un abanico inverosímil, desde aparentes políticos de oposición, ávidos publicistas, sacerdotes, prostitutas o gentes de los bajos fondos, varios empresarios, «que siempre invierten en el gendarme», le hicieron la corte.

Pero todo eso se fue dando poco a poco.

Lo asombroso es que el hilo de la madeja que lo llevó al poder absoluto, fue su papel inicial como nexo entre Fujimori y los militares.

Desde esa frágil posición, Montesinos, con paciencia inicial, llegó a dotarse de un territorio propio desde el cual, con el enorme aval de la derrota al terrorismo y la desactivación de un intento de golpe de Estado, pasó a controlar las fuerzas armadas y policiales en su totalidad.

Lo hizo con plena autoridad, al punto que el escalafón de méritos dejó de existir como argumento para disponer los ascensos. Formó una cúpula arrogante nacida de la amistad y cohesionada con los favores de una desmesurada corrupción, e impuso en los principales cargos a sus compañeros de promoción
sin importar méritos o capacidades.



Por: pegaso125