1996:Japón y Perú en horas de crisis

23 de diciembre 1996: «Mi amigo el guerrillero dice que no hay nada que temer», dijo con picardía el embajador Morihisa Aoki hablando en español por teléfono con la cadena japonesa NHK el día en que el MRTA ingresó a su residencia.

Uno de los miembros del grupo armado dijo en esta primera comunicación directa con la prensa japonesa que «Japón ayuda mucho al Perú pero ese dinero no llega a los pobres, por eso hemos ingresado a la embajada japonesa».



Frenéticos informes de la prensa en las primeras 24 horas de la crisis de los rehenes permitieron saber más de lo que piensa Japón del Perú que toda la avalancha de información posterior, porque luego las opiniones se maquillaron y el control del gobierno se impuso. 

El día de la toma de la residencia, el ministro de Relaciones Exteriores, Yukihiko Ikeda, dijo muy contrariado que «lo que ha sucedido es muy grave, y si ocurre algún incidente será exclusiva responsabilidad del gobierno peruano». Más tarde afirmó: «con este problema las relaciones bilaterales han sido profundamente dañadas».

La hora estelar de los noticieros batió todos los récords de audiencia, con imágenes desde Lima y reproducción de la conversación telefónica del embajador Aoki. Pero más interesante fueron los comentarios hechos por muchos expertos en la situación política peruana. Uno de ellos reclamaba modificar la estrategia de cooperación económica japonesa hacia el Perú, porque Japón era blanco, primero de senderistas y luego de emerretistas. Un improvisado conocedor del Perú opinaba que Fujimori era peruano, y que aunque sus ancestros fueran japoneses no existía ya ningún vínculo especial con él ni con el Perú. Algunos sostenían que el tradicional recato de la diplomacia japonesa en el exterior había sido violado con la fastuosidad de una gran fiesta y que la culpa era del mismo gobierno japonés. El principal temor de todos era la reacción de Fujimori y el posible costo en vidas de una intervención violenta. Antes felicitaban a Fujimori por aplicar «mano dura» para ordenar el Perú, y ahora se le pedía moderación y diálogo.

De pronto el pueblo japonés comenzó a cuestionar la posición de su gobierno ante el Perú:

¿Qué estaba ocurriendo? Los japoneses reaccionan de la misma forma ante cualquier amenaza externa: el de afuera es el culpable, y el grupo, a diferentes niveles, se autoprotege. Esto ocurre desde el pequeño mundo de las empresas hasta las grandes negociaciones con otros países.

Los diarios del día siguiente en cierto modo culparon a su gobierno e indirectamente al Perú; por ejemplo Nihon Keizai Shimbun dijo: «terroristas atacan embajada japonesa porque Japón ayuda mucho al Perú».

La posición del gobierno japonés 

Los ánimos se fueron calmando luego y a más de un mes de la toma de la residencia, la posición de Japón ante la crisis es públicamente conocida: respaldar totalmente las decisiones de Fujimori y considerar prioritaria la seguridad de los rehenes.

En anteriores casos de secuestro la reacción del sector privado ha sido ceder al pedido de los captores. Sucedió así con el rapto de dos empleados de Toshiba en Colombia, el de un empresario en El Salvador, y ocurrió lo mismo recientemente cuando una banda secuestró al gerente de una subsidiaria de Sanyo en México cobrando dos millones de dólares por el rescate.

Esta vez, sin embargo, con diplomáticos de por medio, la cuestión es política. Japón tiene un acuerdo con el Grupo de los Siete para no ceder al chantaje de terroristas o delincuentes; por eso Hashimoto ha exigido a las empresas japonesas que no paguen rescate alguno. Hay fuertes rumores de que el MRTA está pidiendo rescate, pero esas versiones han sido desmentidas por las empresas y no se han podido comprobar hasta el momento.

Pero, ¿cuál es la estrategia global del gobierno japonés? Existen dos tendencias. Una de ellas está claramente liderada por el primer ministro Hashimoto y propone ampliar la cooperación económica abarcando al sector privado; es decir, no sólo otorgar préstamos y donaciones sino también transferir tecnología y capital para penetrar en el mercado latinoamericano, teniendo como uno de sus aliados al Perú.

Esta posición es sumamente ambiciosa pero corresponde a una estrategia de largo alcance, según la cual no se puede aislar al Perú de Latinoamérica. Para Japón el continente americano se divide en tres sectores: Estados Unidos y México, Brasil y Argentina como países miembros de Mercosur, y luego aquellos ubicados al oeste con salida al Pacífico, principalmente Colombia, Perú y Chile.

México es visto en función del mercado norteamericano. Allí funcionan muchas maquiladoras japonesas que exportan a Estados Unidos. En el caso de Mercosur hay peligro de que adopte medidas proteccionistas contra Japón; recientes informes muestran que Mercosur está tendiendo a proteger industrias en las que Japón tiene obvias ventajas y posibilidad de negocios, como automóviles y diversos productos manufacturados. Desde Latinoamérica se exporta gran cantidad de materias primas a Japón, pero el desarrollo del comercio con el conjunto de la zona pasa por tener cómodas salidas al Pacífico, y es allí donde están en competencia Chile y Perú.

Ahora podemos ver la lógica de Japón a partir de la pasada visita de Hashimoto a la región. En México pidió al gobierno que aumentara la seguridad de los empresarios; en Brasil reclamó que Mercosur no se convierta en una barrera contra la importación de vehículos y otros productos japoneses; en Chile otorgó fondos para avanzar en la construcción de vías férreas que cruzarán los Andes; y en el Perú desembolsó préstamos y donaciones para mejorar la infraestructura con el evidente propósito de preparar el camino a futuras inversiones de empresas japonesas.

La segunda posición del gobierno frente a la cooperación internacional propone otorgar ayuda en función al nivel de pobreza del país, respeto a los derechos humanos y monto del gasto en armamentos. Esta discusión ha surgido en las comisiones ministeriales encargadas de proponer nuevas leyes.

En Japón los ministerios son los que elaboran las leyes que luego serán aprobadas en el Parlamento. Cada problema nacional se trabaja con comisiones integradas por funcionarios y especialistas de diversos campos y corrientes, incluyendo opositores a la línea del gobierno. El equipo de trabajo elabora propuestas que presenta al Ejecutivo, y el Gabinete decide tomar en consideración las propuestas, retornándolo como insumo al ministerio respectivo para redactar las futuras leyes.

La política de ayuda oficial del gobierno japonés está en debate. En el caso concreto del Perú se otorgan donaciones sin considerar que el PBI percápita supera el nivel considerado de pobreza extrema; por lo tanto, muchas de las donaciones deberían convertirse en préstamos a baja tasa de interés, y los préstamos a bajo interés deberían ser préstamos con la tasa de interés del mercado. Además, el Perú acaba de adquirir armamento. En un aparte, la normativa dice que el respeto a los derechos humanos debe ser una condición para la ayuda, y se critica el hecho de que los dos países a los que más ayuda Japón sean China e Indonesia, en los que el récord de respeto a los derechos humanos es cuestionable.

Es innegable que hay una relación estrecha entre Japón y el Perú. Se le han otorgado los mayores montos de ayuda económica durante los últimos años, además de seguros a la exportación para convencer a las empresas japonesas de invertir en el Perú, y se ha hecho una revisión de las regulaciones sanitarias para que las exportaciones del Perú hacia el Japón aumenten. Sólo durante la visita de Hashimoto el Perú recibió 300 millones de dólares, que es la mayor ayuda entregada a un país en un solo tramo, además de numerosas donaciones y préstamos otorgados por distintos canales a lo largo de los últimos años.

¿Se reduce la inversión japonesa en el Perú?

La inversión privada es diferente a la cooperación económica. La estrategia del gobierno no siempre concuerda con la del sector privado: la primera puede basarse en razones diplomáticas, étnicas o emocionales, pero las empresas deben evaluar la rentabilidad.

A pesar del esfuerzo del gobierno central, las empresas japonesas no tienen planes claros de expansión de la inversión en el Perú, aunque tampoco piensan retirarse. Durante el gobierno de Fujimori ha habido un aumento mínimo de capital de las empresas existentes e inversión nueva principalmente en minería. Las más dinámicas han sido Mitsui Mining y Mitsui & Co que desde hace 30 años explotan varias minas, y Nissho Iwai, una empresa comercial que mantiene perfil bajo, pero que tiene presencia en el sector minero y pesquero.

Las empresas japonesas se han mantenido en el país desde que se establecieron y la única que detuvo la línea de montaje fue Nissan a raíz del atentado de Sendero Luminoso en su planta.

Ninguna de ellas se retiró a pesar del asesinato de tres ingenieros de JICA a comienzos del gobierno de Fujimori. Esto demuestra que esas empresas son rentables, y que difícilmente se irían por razones de seguridad.

Los turistas japoneses son muy temerosos y prefieren viajar en grupo con todos los detalles supervisados por la agencia de viaje. Las empresas japonesas también analizan la seguridad antes de invertir, y en el Perú -ante la posibilidad de secuestros y atentados- los gerentes de empresas niponas blindaron sus coches y aumentaron el número de sus guardaespaldas.

Donde existen ganancias el sector privado no muestra temor. Japón invierte en Indonesia (a pesar de la gran red narcotráfico-política), en Inglaterra (aun con terrorismo del IRA), en los mismos Estados Unidos (donde muchos ejecutivos han sido asaltados y heridos), y en Colombia, donde automotrices y empresas de telecomunicaciones han establecido sus filiales para la región a pesar de la guerrilla, los narcotraficantes y la extremadamente inestable situación política.

El problema no es la inversión existente sino la nueva inversión. A lo largo de estos años, empresarios y especialistas en comercio japonés, Jetro (Organización de Comercio Exterior de Japón) y funcionarios del Instituto de Economías en Desarrollo, han señalado que la inversión hubiera sido mucho mayor de no haber ocurrido el asesinato de los ingenieros de JICA.

El año pasado Key Coffee, una empresa distribuidora de café, estudiaba planes de inversión en el país; Shiseido, fabricante de cosméticos, estaba interesada en colocar una distribuidora en Lima; Nippon Tsusan, una importadora de productos pesqueros, estaba revisando la factibilidad de los criaderos de peces para envasarlos y traerlos al Japón. De esos proyectos no se sabe nada, y lo más probable es que hayan sido archivados.

Pero hay otra poderosa razón que explica la falta de inversión en el Perú, y que se aplica también al resto de Latinoamérica. Las empresas japonesas fueron duramente afectadas por el reventón del llamado baburu keizai (burbuja económica), que fue provocado por la euforia financiera de la bolsa de valores a fines de los 80, y que al desmoronarse dejó quiebras, deudas, y redujo el capital de las empresas. Hoy los problemas continúan, las financieras tienen pérdidas que aún no han asumido en sus balances (write-off en la jerga contable), mientras que las industrias disponen aún de poco efectivo. En el mismo período en que Fujimori toma el gobierno, desde comienzos de los 90, el yen comenzó a apreciarse y las  manufactureras (que era la esperanza, no sólo del Perú, sino del resto de Latinoamérica) estaban distraídas trasladando plantas al Asia para reducir costos.

Ahora la economía japonesa comienza a estabilizarse, y el yen tiende a bajar, dando un respiro para que nuevamente se estudie la inversión en Latinoamérica. Apoyados por la estrategia del gobierno se esperan planes de inversión futura, pero eso dependerá de las condiciones de cada país. Los japoneses necesitan reforzar su presencia en la costa del Pacífico, pero si hay problemas y el Perú se vuelve demasiado inestable es muy fácil decidirse por Colombia -donde existe una gran infraestructura industrial nipona- o Chile -donde hay puertos y caminos modernos.

Esperando el desenlace

Por interés mutuo Japón y el Perú son aliados diplomáticos. Fujimori mantiene una relación muy amistosa con Hashimoto, y esa es su carta para buscar presencia en el Asia, ingresar a APEC y lanzar al Perú hacia la cuenca del Pacífico. Pero la amistad en política pierde significado si quita votos.

Hashimoto -con el Partido Liberal Demócrata- está al mando de un gobierno más estable que el anterior del socialista Murayama, pero Japón tiene profundos problemas: un creciente desempleo, baja en el índice Nikkei a comienzos de este año provocada por la lentitud de las medidas de liberalización, elevación del impuesto al consumo en abril para financiar gastos en seguridad social, reforma del sector público presionada por casos de corrupción, y necesidad de consolidar la recuperación económica.

Una intervención a la residencia del embajador con costo de vidas podría generar una presión nacional en Japón similar a la ocurrida en los primeros momentos de esta crisis, y el gobierno se vería obligado a distanciarse del Perú. Me atrevo a afirmar que sería el final de las relaciones Perú-Japón, por lo menos en su estado actual. El efecto en el corto plazo sería político pero no económico; se reduciría ligeramente la cooperación económica, pero como los masivos planes de inversión privada no existen, en el peor de los casos se mantendrían igual. Sin embargo, en el exterior el Perú perdería, porque el apoyo de Japón en los foros internacionales ha servido para aumentar la fuerza negociadora del país.

Por el momento el gobierno y la prensa japonesa aprueban la actitud de Fujimori ante esta crisis, pero a futuro no se puede asegurar nada sin conocer el desenlace.

Rumores autocumplidos

Buscando un pretexto para no hacer declaraciones, el gobierno nipón alegó que consideraba reservada la información concerniente al Perú porque había un supuesto agente del MRTA en Tokio, excusa que se sabía era falsa. La Agencia EFE en Japón levantó este informe del Ministerio de Relaciones Exteriores y lo convirtió en noticia, pero para sorpresa de todos el rumor se autocumplió y apareció una Home Page del MRTA en Internet escrita en perfecto japonés, colocada a través de un proveedor local y con un «mirror» (copia) en el servidor de una universidad japonesa. La policía japonesa ha negado que existan vínculos entre el MRTA y el ejército rojo de Japón, pero alguien tiene que haber elaborado y colocado los archivos del Home Page en Internet. Hasta el momento no se conoce la identidad del misterioso colaborador y la cancillería japonesa ha decidido no emitir comentarios al respecto.

Negando el pago de rescate 

Las corporaciones niegan con tanta frecuencia que hayan recibido pedidos de rescate que resulta sospechoso. Las empresas declaran no haber recibido llamadas amenazadoras y que en caso de que les exigieran dinero se negarían a pagar.

La prensa tradicional es muy conservadora y los cuatro principales diarios son casi iguales, incluso en los titulares y aun en las informaciones que ofrecen, casi siempre cernidas por el gobierno mediante un control muy sutil. Cada día algún miembro del gabinete ministerial afirma que deja todo en manos de Fujimori, y algún vocero de las corporaciones involucradas señala que no pagará rescate; al punto que han terminado por perder todo valor periodístico estas declaraciones protocolares.

Reproducir la respuesta protocolar no es el estilo de los pequeños diarios de la tarde o de los semanarios «menos serios», que anuncian entrevistas con altos ejecutivos de las empresas que desde el anonimato afirman que están recibiendo presiones del gobierno para no hablar más de la cuenta. La «falta de seriedad» no les ha impedido acertar en muchos casos. Con ocasión del atentado con gas sarín a los subterráneos de Tokio, estos medios fueron los primeros en publicar que la secta Aum Shinrikyo estaba tras los atentados. Hace algunos años también revelaron que el primer ministro Uno tenía una amante, lo que provocó su renuncia, y en repetidas ocasiones han puesto al descubierto diversos escándalos.

En el último número del semanario Shukan Post, uno de estos anónimos gerentes afirma que pagaría hasta 200 millones de yenes (unos dos millones de dólares) para que liberen a su ejecutivo que está de rehén en la residencia del embajador en el Perú: «...si no hacemos nada quedaríamos mal ante nuestros subordinados y se quebraría la moral de la empresa». Verdad o mentira, aunque fuera cierto jamás saldría publicado en la prensa tradicional.

(*) Economista Peruano residente en Tokio. Trabaja para NHK Radio Japón y colabora con diversas publicaciones internacionales.



Por: Marco Kamiya 
Fuente: Desco