Blanca Nélida Colán: la fiscal (Pequeños dictadores)

Resumen:

Blanca Nélida Colán Maguiño fue la Fiscal de la Nación más poderosa y controvertida de la historia del Perú. Durante su gestión, que abarcó casi una década bajo el régimen de Alberto Fujimori, consolidó un poder absoluto en el Ministerio Público, convirtiéndolo en un instrumento para proteger al gobierno y reprimir a sus adversarios.

Principales hechos:

Gestión autoritaria: Ostentó el cargo de Fiscal de la Nación por ocho años y presidió la Comisión Ejecutiva del Ministerio Público, una entidad creada por el régimen fujimorista para otorgarle más atribuciones. Controló despóticamente el sistema, militarizando las jerarquías fiscales y subordinando a los magistrados.

Poder sin límites: Redactó su propio Código de Ética, manipuló leyes para perpetuarse en el cargo y destituyó a fiscales independientes, reemplazándolos con fiscales provisionales y obedientes. Creó fiscalías supremas adicionales para garantizar su dominio en la Junta de Fiscales Supremos.

Vínculo con Montesinos: Su estrecha relación con Vladimiro Montesinos permitió al asesor presidencial controlar el Poder Judicial y otras instituciones clave, eliminando toda fiscalización y facilitando actos de corrupción, narcotráfico y violaciones de derechos humanos.

Acusaciones y proceso judicial: Tras la caída del régimen, Colán fue procesada por corrupción y abuso de poder. Incluso durante su juicio, mantuvo una actitud desafiante, evidenciando su dominio sobre muchos de los fiscales que en su momento habían trabajado bajo su mandato.

Reacciones públicas y legales: Aunque fue felicitada inicialmente por ser la primera mujer en ocupar altos cargos, su legado quedó manchado por las leyes manipuladas para prolongar su poder ("Leyes Colán") y por haber contribuido a desmantelar la independencia del Ministerio Público y otras instituciones democráticas.


La fiscal

“Yo sí pongo las manos al fuego por Blanca Nélida Colán, ella sí da la vida y muere con nosotros.”

Vladimiro Montesinos Torres

Blanca Nélida Colán Maguiño, la fiscal más poderosa que ha pasado por un tribunal peruano, no dejó de tratar mal a los fiscales, aún en su propio proceso. “Usted trabajó conmigo, si me acusa de ser fujimontesinista, entonces usted también es un fujimontesinista”, le dijo con desafío al fiscal supremo Américo Lozano Ponciano, que la acusaba de cometer tres delitos penales, ante la Sala Penal Especial, instalada exclusivamente para ella dentro de la cárcel para mujeres de Santa Mónica. Lozano pudo  solicitar una reprimenda para la acusada ante la corte. 

Pero se quedó callado: quizá no quiso que Blanca Nélida le recordara que él redactó para ella aquel Código de Ética del Ministerio Público que imperó, irónicamente, para los años menos éticos de la Fiscalía. 

En aquel entonces, Colán lo felicitó por el estatuto, como seguramente felicitó a otros fiscales que acataron sus órdenes desde las distintas fiscalías del país: algunos de ellos pertenecen ahora a la parte acusada, en calidad de testigos, procesados, detenidos o condenados. 

Otros, en menor medida, a la parte acusadora. Antes de ser una procesada más, Colán ostentó el cargo más importante del Ministerio Público: ocho años como Fiscal de la Nación, cuatro de ellos como presidenta de la Comisión Ejecutiva del Ministerio Público, aquel organismo que el régimen de Alberto Fujimori inventó para dotarla de más prerrogativas de las que ya tenía como fiscal. Durante casi una década, la única persona más poderosa que Blanca Nélida Colán dentro del Ministerio Público era la misma Blanca Nélida Colán. Facultada para nombrar, despedir y disciplinar fiscales, promover procesos contra los enemigos del gobierno, archivar causas por corrupción, narcotráfico, asesinato, tortura y desaparición, Colán gobernó el aparato de defensa del Estado con un liderazgo despótico, militarizando las jerarquías de la Fiscalía como si se tratara del escalafón de un ejército. 

Tras el golpe del 5 de abril de 1992, el llamado Gobierno de Emergencia y Reconstrucción Nacional la nombró vocal de la Corte Suprema de Justicia, pasando por alto los requisitos relativos a la edad, al ejercicio de la magistratura, la abogacía y la cátedra universitaria. 

El Comercio, uno de los periódicos que criticó el golpe de Estado, felicitó su nombramiento, resaltando que se trataba de la primera mujer en llegar al tribunal supremo. 

“¿Cómo designar a los jueces?” se preguntó El Comercio en su editorial: 

“Nada más peligroso cuando hay un gobierno con poderes concentrados, que la presencia de magistrados obsecuentes. No se dirá esto de la Corte Suprema como ha quedado constituida”, publicó en la misma columna. 

Ese mismo año, Colán lideró la Comisión Evaluadora del Ministerio Público, así como el Proceso de Reestructuración Orgánica y Reorganización Administrativa: con el pretexto de reemplazar a los fiscales incompetentes por unos más capacitados, Colán separó del Ministerio Público a los magistrados de carrera y los sustituyó con fiscales de carácter provisional. 

Como presidenta de la Comisión Ejecutiva, suspendió la Ley Orgánica que creó el Ministerio Público, con el propósito de escribir su propio código. Ella decidía qué fiscal investigaba qué, transformando el concepto de Fiscal Ad Hoc en sinónimo de magistrado sumiso y negligente. Desarrolló una obsesión por controlarlo todo, al punto de inventar tres fiscalías supremas, que se sumaron a las seis existentes, asignándole a cada una fiscales dóciles que le otorgaran mayoría dentro de la Junta de Fiscales Supremos, que ella misma presidía.

 Por su parte, el Congreso, de mayoría fujimorista, aprobó numerosos decretos, entre ellos las denominadas ‘Leyes Colán’, para que Blanca Nélida se quedara hasta el final del régimen de Fujimori en su inamovible despacho del noveno piso de la Fiscalía. El Tribunal Constitucional, que velaba por los derechos de la Constitución, intentó derogar aquellos decretos, pero una norma legislativa destituyó a los tres magistrados que completaban el tribunal[8]. El Consejo Nacional de la Magistratura, cuyo objetivo era fiscalizar el desempeño de los fiscales, se copó con juristas cómplices, digitados por la mayoría fujimorista, que nunca se aventuraron a investigar a la soberana o su círculo de fiscales. Con Colán en el Ministerio Público, Vladimiro Montesinos pudo tomar el control del Poder Judicial y la Contraloría, eliminando toda posibilidad de fiscalización.

Todo eso era ella. Sin embargo, la mañana del 14 de noviembre de 2002, el día que se paró frente a la Sala Penal de la cárcel de mujeres, la villana lucía empequeñecida. No sólo era su tamaño, que apenas sobrepasaba el metro cincuenta. Tenía un collarín ortopédico en el cuello y caminaba con relativa incompetencia. Minutos antes de que comenzara la audiencia, le solicitó a los tres magistrados que integraron el tribunal, suspender el proceso, invocando su evidente estado de salud. Pero los vocales le contestaron unánimemente que se veía lúcida para tomar su declaración. 

“Ustedes no son médicos para hablar de mi estado de salud”, les dijo desde la silla donde se ubica a la parte acusada. Le habían detectado osteoporosis, hipertensión arterial, glaucoma e insuficiencia cardiaca, pero ninguna de esas enfermedades parecía tan grave para atemperar la frialdad con la que la trataban sus acusadores. 

A pesar del provocador rojo de su cabello y las capas de polvo esparcidas sobre sus arrugadas ojeras, Blanca Nélida no pudo ocultar la amargura de una mujer acorralada por un legajo de 850 páginas, con testimonios, documentos, videos, grabaciones y fotografías. 

Vestida con un conjunto negro, aquel tono que en mejores épocas le endosó un brío de malévolo recato, Blanca Nélida se presentó ante la corte caminando con un par de pantuflas de paño, como caminan las ancianas en su hogar: desde el 25 de julio de 2001 –tres días antes del aniversario patrio, en el que solía contemplar el desfile militar sentada a la derecha del presidente Fujimori– una celda del pabellón para ancianas, enfermas y trastornadas se transformó en su casa. Ese día tenía 68 años, el doble de los años que tuvo al ingresar por primera vez a un tribunal con el medallón dorado que identifica a todo fiscal. 

Existe una fotografía de esa época, en la que ella camina por un pasadizo oscuro del Palacio de Justicia, vestida con un conjunto negro, desde las botas de vaquero hasta las solapas de su saco. En vez de imprimirle el característico luto, parecía una seductora forma de llevar su garbo, como una provocadora intrusa en una jungla dominada por magistrados varones. Estaba adornaba con llamativos anillos en cada dedo y con regordetes collares, pulseras y zarcillos de oro, elegidos con la aptitud de una mujer madura. A pesar de que la fotografía está en blanco y negro, se nota que la carne de sus labios ha sido resaltada por un rouge encendido, una travesura al combinarse con la cinta blanca que sostenía su medalla de fiscal: es difícil imaginar  que los hombres no la acosaban, seguían o vigilaban con la mirada. 

A pesar de los apetitos que despertó, hasta la fecha, ha sabido mantenerse lejos de los caprichos del amor: no se le conoce una pareja, ni crónica ni pasajera, que haya calentado ese carácter circunspecto de mujer acusadora. 

En aquella época se le reconocía por ser una magistrada que administraba la balanza de la justicia con una equidad salomónica. En cuarenta años de carrera, dentro de los aparatos de justicia, interrogando a millares de inculpados desde las distintas salas  penales para criminales libres, presos y contumazes, Colán nunca recibió una sola queja por medida disciplinaria. Mucho menos una denuncia por omisión o prevaricato. Era popular por integrar el grupo de fiscales ‘verdes’, como se le denominaba en aquel entonces a los magistrados incorruptibles. Es la única de todos los personajes vinculados con Vladimiro Montesinos y Alberto Fujimori, donde acusadores, defensores, testigos y colaboradores, concurren en un mismo detalle: la doctora Colán, como le dicen todavía con un inusitado respeto, era un ejemplo de vida para los abogados que empezaban su carrera dentro de la judicatura. 

Su currículo, como bromean sobre ella, estaba virgen. En 1982, su nombré saltó a los reflectores, tras haber sido nombrada por el primer Fiscal de la Nación, Gonzalo Ortiz de Zevallos, icono dentro del Ministerio Público, como Fiscal Ad Hoc en el caso Lanberg, el primer caso de tráfico de drogas de gran escala. La revista Caretas, que reveló los vínculos del patrón de la droga, el empresario Carlos Lanberg Meléndez, fiscalizó cada paso que daba el Ministerio Público, reconociendo en uno de sus ejemplares: “Por lo pronto, Ortiz de Zevallos nombró para la intervención del caso a la Dra. Blanca Nélida Colán. La elección de la Dra. Colán fue, sin duda, acertada. Ella ha demostrado –en los casos que anteriormente le ha tocado intervenir– la diligencia y fuerza que son indispensables para una labor investigatoria compleja”. 

Una década después, en 1993, el mismo Ortiz de Zevallos, retirado de la vida pública, publicó una columna en El Comercio, felicitando a la doctora Colán por el alegato contra el ex presidente Alan García por enriquecimiento ilícito, comparándola con los jurisconsultos de la Roma de los Césares: “La doctora Blanca Nélida Colán ha emitido un brillante y valiente dictamen que endereza el procedimiento que se le sigue al ex presidente Alan García Pérez. Los rebeldes de todos los países no pueden permitir que la miseria se agudice por la corrupción de sus gobernantes. Apruebo plenamente la actitud alentadora de la Fiscal, que revela su valentía y severidad, indispensable para el buen ejercicio de su importante cargo”.


La doctora Colán despertó respeto entre sus subordinados. Luis Vargas Valdivia, ex Procurador Ad Hoc para los procesos contra Fujimori y Montesinos, trabajó cerca de ella durante sus primeros años dentro del Poder Judicial. Vargas ha sostenido que la doctora nunca se tropezó con la corrupción. Por el contrario, se le reconocía por perseguirla y castigarla. No se trataba de una heroína de la jurisprudencia, ni de una jurista con brillantes manuscritos. 

Tampoco transpiraba la solemnidad jurídica llevan los personajes que hablan con un código penal en la mano, ni formó jurisconsultos a través de la cátedra universitaria. Pero tampoco se trataba de una desconocida en los fríos pasillos del Ministerio Público. “Es una pregunta que nunca he podido responderme ¿por qué? ¿cómo? ¿en qué momento? Montesinos trabajó con psicólogos, sociólogos, antropólogos y psicoanalistas, todo un trabajo de inteligencia, para averiguar a qué persona podía seducir. 

Esa es la única explicación que tengo para entender por qué una mujer a la que todos admirábamos por su honestidad, terminara tan vinculada a un régimen podrido desde las entrañas”, se contestó Vargas, a una interrogante que muchos, aún ahora, se siguen preguntando. 

Lejos de ese brillante pasado, como si se tratara de un personaje de una aventura de George Lucas, Colán quedó tentada por ese lado oscuro que lleva por naturaleza el poder. Y ella, como podría pasarle a los mejores Jedis de la galaxia, no pudo resistirse al perverso encanto del absolutismo. Un análisis de los depósitos bancarios que hizo durante la última década, arrojó un desbalanace financiero de más de medio millón de dólares. 

Matilde Pinchi Pinchi, masajista y tesorera de Vladimiro Montesinos, testificó ante una corte que ella misma preparó cada fin de mes sobres con 10,000 dólares para la doctora Colán. Numerosos agentes de inteligencia se sumaron a las acusaciones, señalando que le entregaban los sobres con dinero, tal como quedó acreditado en su proceso. 

Era previsible que la corte la declarara culpable de los delitos de encubrimiento personal, omisión de denuncia y enriquecimiento ilícito. Del mismo modo, la condenaron a pagar al Estado 2.000.000 de soles. Lo que ninguna persona pudo imaginarse fueron los diez años de cárcel a los que la sentenciarían, dos años más de los que exigió el dictamen fiscal. Era la primera vez, en todos los procesos anticorrupción, hasta la fecha, que un tribunal falló por una pena mayor a la que exigía un fiscal. Peor aún, uno de los tres vocales quería que Colán escarmentara por quince años de cárcel, pero no pudo convencer a sus dos colegas. Más que una condena, parecía un acto de venganza contra la mujer que, para muchos, representó la podredumbre dentro del Ministerio Público.

Es Piscis. Su símbolo son los dos que peces, que representan su naturaleza dual y contradictoria, rasgo clave que marca el derrotero de su carrera: durante su mandato se fiscalizó por primera vez el desempeño de los 835 fiscales que componen la Fiscalía, con el objetivo de castigar a los incompetentes y felicitar a los probos. Luchó contra distintos ministros de Economía por un presupuesto más holgado, para defender mejor los derechos de las personas. 

No perdía oportunidad, en diversos compromisos protocolares, de alentar a sus fiscales con encendidas arengas para no retroceder ante la amenaza del terrorismo, el narcotráfico o la corrupción. Ella quebró con ese molde de Fiscal de la Nación que despacha en una oficina con calefactor. Colán caminó al lado de los bomberos el día que las llamas dejaron en cenizas las oficinas del Congreso Constituyente Democrático. Asistió a los damnificados del desborde de un río velando por el uso correcto de la ayuda humanitaria. 

Abrazó a una de las madres que perdió a su hija en un concierto. 

Se enfrentó a las universidades fantasma que perjudicaron a miles de jóvenes que soñaban con ser profesionales.

 Ella le prometía justicia al desamparado. En más de una oportunidad llegó al set del programa de Laura Bozzo, mostrando su solidaridad y respaldo a las mujeres maltratadas. Inspeccionaba la labor de los fiscales antidrogas, navegando por los ríos de la selva en busca de pozas de maceración de cocaína. Nunca dudó en asistir al llamado desesperado de una madre de escasos recursos en la camilla de una maternidad pública: las cifras señalan que llegó a ser madrina de 56 ahijados. En los noventa, no faltaba madre en la sala de partos de un hospital, con mellizos o trillizos, que no solicitara el cariño de la Fiscal de la Nación. 

Ella, con osos de peluche, golosinas y regalos, aceptaba con alegría el encargo de acompañar a los niños hasta su primer sacramento. Sin embargo, en ese mismo lapso, a través de sus fiscales Ad Hoc, archivó innumerables procesos por malversación, asesinato y narcotráfico a favor de la dictadura. Obstaculizó la labor de los fiscales que investigaron el caso La Cantuta, adjudicándose el derecho de dejar enterrada la verdad bajo una fosa común, aún en contra de su responsabilidad legal y constitucional. 

Desestimó la denuncia de un grupo de campesinos del Alto Huallaga, arrasados por helicópteros artillados con cohetes RPG, pese a los cadáveres que se podrían bajo el sol abrasador del oriente peruano. Se abstuvo de acusar al partido de Fujimori por fraude electoral, en las elecciones de 2000, a pesar de que los planillones electorales faltantes se encontraron en la casa de un legislador fujimorista, con votos solo para los candidatos del partido de gobierno. 

No solo respaldó la amnistía para los integrantes del grupo Colina: el 16 de junio de 1995, dos días después de que el Congreso aprobara de manera sorpresiva Ley N° 26479 (Ley de Amnistía), la vocal Antonia Saquicuray Sánchez declaró inaplicable la amnistía para los implicados en la masacre de Barrios Altos. Colán amenazó a Saquicuray de llevarla hasta los tribunales por prevaricato. 

Por ese motivo, para evitar que otros vocales probos se enfrentaran al aparato de impunidad que construyó el régimen, el 28 de junio de 1995 la mayoría oficialista aprobó la Ley N° 26492 (Ley de Interpretación de la Ley de Amnistía), que eliminaba los errores de la primera amnistía. Por último, Colán ordenó que se archivara la demanda presentada por Susana Fujimori contra su entonces esposo de Alberto Fujimori, acusándolo de perseguirla con un machete para asesinarla.  

Lo más grave de todo: adelantó opinión, como Fiscal de la Nación, a favor de Vladimiro Montesinos, tras las acusaciones de narcotráfico que surgieron en su contra. Sustituyó su discreta casita de San Isidro por una casona de 1,250 m² en La Molina, valorizada en US$ 780,000, un monto inalcanzable para el salario de cualquier magistrado. 

Reemplazó su temperamento sereno por uno prepotente, como recordó la fiscal Nina Rodríguez Flores, que archivó el video Kouri – Montesinos por órdenes de Colán: “Has sido designada para ver el caso, vas a trabajar coordinadamente y hacer todo lo que te ordene”, le dijo Colán.

 “¿Pero por esto no perderé mi trabajo?”, le preguntó Rodríguez con temor. “Tu estabilidad en el trabajo depende de mi”, le contestó Colán con ese tono despótico que tanto temían sus subordinados en la Fiscalía.

Pero no todos sus ahijados eran pobres. Samantha Montesinos Becerra fue la ahijada Nº 57. A diferencia de todos sus compadres, los padres de la pequeña Samantha tenían depósitos en bancos de Suiza, Panamá, Luxemburgo y las Islas Caimán, hasta donde se sabe. En el video rotulado por el Poder Judicial con el título ‘Dra. Colán – Montesinos’, se ve a la Fiscal festejando el cumpleaños Nº 13 de Samantha, en compañía de sus padres –Vladimiro Montesinos y Trinidad Becerra–, junto con el traficante de armas James Stone Cohen y el ex viceministro del Interior, David Mejía Regalado. 

Para la Fiscalía, la cinta corroboró que Montesinos se portó con la doctora Colán con el afecto que caracteriza a los compadres: le otorgó más facultades que a ningún otro funcionario público de la justicia, como nunca antes se había hecho. 

La compensó sentimentalmente donde ella más gozaba, con el control absoluto de todo. Y ella, como mandan los rigores del parentesco, supo corresponder los favores. De ser la correcta magistrada que todos recordaban, se transformó en la fiscal más controvertida de la mitología del Ministerio Público. Alteró su sentido común de la justicia por un concepto mal interpretado del derecho. 

“Yo no he trabajado para la mafia, he trabajado para el Perú, si hubo una persona que combatió la corrupción, esa fui yo”, dijo en más de una oportunidad durante su proceso. Nunca aceptó ninguno de los delitos imputados. Nunca aceptó ninguna facilidad de la justicia, como la colaboración eficaz o la confesión sincera, que implicaba aceptar su responsabilidad penal por una condena menos contundente. 

El frenesí de su defensa parecía el de una persona inocente. Aquel que la oyera repetir sus descargos podría haberle creído. La pregunta que surge entonces, más allá de su sentencia, es si de verdad que se trató del caso de una mujer corrupta o de una amante vampirizada del régimen, que dejó de lado su deber de fiscalizar para ponerse a las órdenes de un gobierno que consideraba correcto. Colán, en más de una oportunidad, defendió las políticas liberales de Fujimori, como la pena de muerte, las esterilizaciones forzadas, la desaparición de estudiantes y los vínculos entre militares y narcotraficantes, momentos clave de la doctrina Fujimori.

Quizá, el evento que mejor responde a esta interrogante, es aquel episodio tras el escándalo del video Kouri – Montesinos. Mientras Vladimiro Montesinos atravesaba el Océano Pacífico a una velocidad de ocho nudos con rumbo a las Islas Galápagos, Colán se quedó al frente de su despacho, archivando todos los procesos que humanamente podía. Colán no tenía la necesidad de seguir demostrando su lealtad. Lo había hecho en más de una oportunidad en diversas escaramuzas judiciales. ¿Por qué se quedó en el cargo? ¿Acaso no imaginó que era el final? Entonces Montesinos había huido del país y Fujimori había mandado una carta vía fax anunciando su renuncia. 

¿O pensó que no había ningún motivo para dejar la Fiscalía?

 O, ¿de verdad imaginó que los vladivideos eran una artimaña de la oposición que no valía la pena investigar? Ella no soltó su cargo sino hasta el día que una fiscal al otro lado del océano destapó la primera pista de la ruta del dinero. 

El 24 de noviembre de 2000, la fiscal del IV Juzgado del Distrito Judicial del Cantón de Zürich, Cornelia Cova, descubrió los primeros tres depósitos de Montesinos en bancos de Suiza. Ese día Colán presentó su carta de renuncia al título de Fiscal de la Nación. Para Colán, que nunca juró fidelidad por ningún hombre, rozó los paralelos de la decepción sentimental. 

Ella era la columna vertebral del régimen. Sin ella el gobierno no habría podido atropellar la Constitución, formar escuadrones de la muerte, procesar a sus enemigos, liberar narcotraficantes o postular a las elecciones por tercera vez. Nunca ejecutó la reestructuración del Ministerio Público. Por el contrario, durante los años noventa, el presupuesto de la Fiscalía se redujo significativamente, limitando el número de fiscales, en evidente desequilibrio con la carga procesal existente. 

El presupuesto para la modernización, tal como pasó con la reforma del Poder Judicial, nunca se consolidó. Su gloria terminó en una celda 417 veces más pequeña que la casa que le reclamaban haber adquirido. Blanquita, como la llamaba Montesinos, del mismo modo en el que alguna vez  se transformó en la primera mujer en asumir la dirección de la Fiscalía de la Nación, se convirtió en la primera mujer con el cargo más alto dentro de todo el aparato de justicia en recibir un pena tan ejemplar. Se le condenó, irónicamente, al mismo número de años que duró el régimen que nunca, hasta el final, dudó en defender.

“A la doctora Blanca Nélida Colán no la movemos, ¿cómo la vamos a mover a una persona que se ha jugado ocho años por nosotros.”

El primer día que Blanca Nélida entró al lobby del edificio se persignó con el signo de la cruz. Como devota del Cristo Moreno, mandó a colocar un retrato del Señor de los Milagros en su despacho, para que no dejara de guiarla por el complicado camino que conduce a la verdad. Su oficina, ubicada en el noveno piso de la mole de ventanas y concreto, que se impone sobre todos los edificios que componen la tugurizada avenida Abancay, era diferente a todos los despachos que tuvo antes. 

Tenía una generosa salita de espera, estantes para que los legajos no se apilaran en el piso, como sucedía en su pequeña oficina del séptimo piso del Centro Cívico, frente al Palacio de Justicia, donde operó la Fiscalía en un principio. Contaba con un calefactor para ajustar la temperatura a su gusto. 

La vista panorámica le permitía contemplar desde lo alto la desordenada y caótica capital que la albergó desde su adolescencia. Blanca Nélida Colán Maguiño nació en el distrito de Huaral, al norte de Lima, el 27 de febrero de 1934, durante la segunda dictadura del general del Ejército Oscar Benavides Larrea, el tirano que construyó Palacio de Justicia, donde décadas más tarde trabajaría. Se crió dentro de un hogar con profundas bases católicas. 

Era la segunda de cinco hermanos y se caracterizó por su carácter fuerte a la hora de imponer los juegos de recreo. Era la primera alumna de su colegio. No tenía fama de tener muchos amigos. Las únicas dos mujeres que integraron su círculo más íntimo fueron su madre, Juana Maguiño, y su hermana Violeta, la misma que cada sábado de visita al penal de mujeres le lleva sus vitaminas y sus caldos preferidos. 

Se graduó como abogada en la Universidad Católica del Perú, en 1959, con la tesis ‘La prueba dentro del procedimiento penal’, un documento que detallaba las evidencias dentro de una acusación penal, en una era en la que los videos todavía no formaban parte de los procesos penales. Ascendió por sus propios méritos hasta convertirse en Agente Fiscal de la Corte del Callao, donde se hizo conocida por vestir impecablemente de negro, salvo los meses de octubre, días en los que vestía un conjunto morado, tal como mandan los rigores de su fe. 

A finales de los setenta, la Corte Suprema del Callao era el segundo tribunal más importante del Perú, después del de Lima. Allí trabajaban vocales que más tarde se convertirían en jueces supremos o presidentes de la Corte Suprema de Justicia, como Ricardo Váscones Vega o Carlos Giusti Acuña. 

“Era una plaza, desde el punto de vista profesional, mucho mejor que Lima, lo que pasa es que los abogados eran un poco flojos de trasladarse hasta el Callao, y bueno, ahí, en el ambiente de esa época, la Corte tenía un piso, ahora tiene cuatro, entonces nos íbamos a jugar fulbito al estadio de San Marcos, formábamos un equipito, de gente de la Magistratura contra los abogados de Lima, después tomábamos el lonchecito de las cinco de la tarde, era una plaza muy bonita”, evocaría Vladimiro Montesinos con afecto, años más tarde, en un vladivideo. 

Entonces, Montesinos defendía a desconocidos policías involucrados en casos de contrabando de artefactos eléctricos –televisores a color Zenith o las radiolas Telefunken–, que intentaban pasar la aduana del Callao con minúsculas cantidades de cocaína. Eran los albores del delito de narcotráfico. Abogados como él habían descubierto el lucrativo negocio de defender narcos. Montesinos celebraba festines, en casas alquiladas por él, donde invitaba los licores más añejos, las viandas más generosas y las prostitutas más exquisitas, a los magistrados del Callao. Eran los ‘viernes jurídicos’, como los apodaron alegremente, donde se juntaban los vocales y fiscales que revisaban los casos más controvertidos. 

En ese mismo tribunal trabajaba Blanca Nélida Colán, junto con los Agentes Fiscales César Lanegra Lanegra y Antonio Chávez Antártica.

El 26 de junio 1978, un equipaje que debía pesar 700 kilos llegó hasta la aduana del Callao. Se suponía que se trataba de equipos de altavoces e instrumental médico para el penal de Lurigancho, solicitado por el general Guardia Civil Marcelo Passano Nieto, entonces jefe de la Dirección General de Establecimientos Penales. Sin embargo, la carga consignó 8.100 kilos. 

Además, no se trató de ningún instrumento para presos de una cárcel de máxima seguridad: 61 televisores a color, 41 cajas de whisky, 15 cajas de vino francés y un equipo musical. El Segundo Tribunal Correccional del Callao nombró a la agente fiscal Blanca Nélida Colán para que investigara este caso de contrabando. A pesar de que la prensa, entonces manejada por la dictadura del general Morales Bermúdez intentó intimidar a la doctora Colán, ella demostró su temple a la hora de acusar a policías corruptos en casos similares, tal como lo hizo meses antes en un caso llamado "Betamax". 

La revista Caretas publicó: 

“las investigaciones de la corajuda Agente Fiscal Nélida Colán parecen complicar cada vez más al general Passano”. 

Según dice la leyenda, Montesinos se ocupó de la defensa de Passano desde la sombra. Pero sus malas artes no lograron evitar que el general pagara por su responsabilidad. Passano terminó sus años lejos de la policía, con miles de dólares menos en el bolsillo. Como abogado, Montesinos tenía éxito tratando con los magistrados varones, porque sabía de su debilidad por las mujeres, los licores o los artefactos que sus clientes pasaban de contrabando. Lejos de su fama de conquistador empedernido, Montesinos no sabía como acercarse a una magistrada, sobre todo, con la fama de Colán. 

Temía que la doctora no cayera en su intrincada telaraña o, peor aún, que lo empapelara por intentar sobornarla. Montesinos, advertido de sus fervores, la buscó en su despacho con una figurita de cerámica de San Martín de Porras. 

Le comentó que era su devoto y Colán quedó seducida por la fe del joven abogado. Montesinos le dijo que un cliente suyo estaba por visitar Roma y podía santificar su figurita con agua bendita de la Basílica de San Pedro. Le dijo que si le daba su estampita del Señor de los Milagros, él le prometía devolvérsela santificada. Antes de terminar la charla ya la llamaba Blanquita.

Los años han borrado muchos documentos de la Corte Suprema del Callao. No se sabe con exactitud en qué casos pudo participar Colán en favor de Montesinos. Sin embargo, el procurador Antonio Alvarado, uno de los que interrogó a la doctora Colán en 2002, sabe que existe un testimonio de Matilde Pinchi Pinchi, en donde la masajista declara que la doctora Colán, como Agente Fiscal del Callao, la ayudó alguna vez en un caso de contrabando de artefactos eléctricos, a través de su abogado, entonces el joven y devoto Vladimiro Montesinos.

Existe otro personaje que se suma a la misma mitología. Sergio Cardenal Montesinos, hijo de Rosario Montesinos Montesinos, y primo de Vladimiro Montesinos, posee el mismo porte que el más célebre de los Montesinos, la misma joroba ligera antes de la nuca y la nariz de dorso recto y puntiagudo, de fosas nasales pequeñas y redondas. Si le quitan el cerquillo de su raya al costado y le recortan su cabello cano hasta las avanzadas entradas de su calvicie, podría notarse la misma frente prominente sobre ese par de cejas amargas y peludas que llevan los Montesinos como sello indeleble. En 1985, tras haber compartido con su primo Vladi un pequeño pero respetable buffet de abogados, Montesinos le quitó sus muebles, su oficina y su mujer. 

Peor aún, intentó asesinarlo: aflojó la dirección de su camioneta, antes de que este tomara su ruta habitual por la Vía Expresa, y le mandó un dulce de King Kong con una bomba de tiempo. Todo comenzó en la primavera de 1983, el día que la II Zona Judicial del Ejército reaperturó el proceso por traición a la patria contra Vladimiro Montesinos. 

Cardenal, al ser requerido por la justicia militar como testigo, lo dijo todo: “me mostraron fotos de él en embajadas, con generales, saliendo de hoteles, tenían todo un legajo completito en su contra, era la única manera de pararlo. En el fondo testifiqué en su contra porque quería ayudarlo”. 

Cardenal habló sobre el vínculo de Montesinos con diversos militares y narcos, que le entregaban valijas llenas de dinero como recompensa por ser su defensor en procesos por narcotráfico. Un tribunal de guerra ordenó la captura de Montesinos pero este huyó con destino al extranjero. En 1985, tras el archivo de su proceso, regresó al Perú con un solo propósito: venganza. Acusó a Cardenal del robo de un escritorio, un teléfono, un estante y una tapa de letrina. Paradójicamente, se trataba del mobiliario con el que Cardenal amobló su propia oficina. 

El Poder Judicial, a través de la vocal Elcira Vásquez Cortéz, lo sentenció por delito de hurto. La policía lo detuvo hasta que una apelación le devolvió la libertad. Recusó la sentencia y su caso llegó al Tribunal Correccional de Lima, integrado entonces por los vocales Leturia Romero, Salguero Fernández y Blanca Nélida Colán. “Me entrevisté con un amigo para ver si podía convencer a los vocales de archivar el caso, porque se trataba de una aberración, recuerdo que con Salguero se podía razonar, pero me dijeron que con Romero y Colán ni hablar porque, como la Elcira Vásquez, eran hombres de Montesinos”, ha declarado Cardenal.

Para el primo de Montesinos, existe otra teoría que explica el nexo entre Colán y Montesinos. Una hipótesis oscura salida de una novela de la literatura negra. “Colán tenía un vínculo sentimental con Elcira Vásquez, pocas personas sabían de eso y Vladimiro Montesinos era una de ellas, no me sorprendería que Vladimiro las haya chantajeado”, ha dicho Cardenal. Elcira Vásquez ocupa actualmente la jefatura del Órgano de Control de la Magistratura, el ente que fiscaliza a todos los vocales del Poder Judicial. Ella no da entrevistas. 

Mucho menos para hablar de la doctora Colán. Padece, como muchos magistrados, el síndrome que llevó a los egipcios a desaparecer a Nefertiti de sus papiros. Ningún ex Fiscal de la Nación desea hablar de ella. Ningún fiscal en ejercicio, que haya trabajado durante esa misma época, desea aceptar que trató con ella personalmente. El ex fiscal provincial César Alegre Landaberry, el mismo que archivó casos de tortura e interceptación telefónica, comentó que trabajó con la doctora Colán, sin intimar más allá del trabajo: “no sabría que contestarle, porque apenas si la vi despachar”, comentó Alegre. 

Del mismo modo, el ex fiscal Juan Chil Mezarina, el mismo que Colán nombró fiscal supremo en 1997 para completar la mayoría que necesitaba para imponerse sobre toda la Junta de Fiscales Supremos, con el objetivo de aprobar su tercera reelección como Fiscal de la Nación, declaró: “yo he sido un fiscal de carrera, con una foja de servicio impecable, no he sido su amigo, ni de ella ni de nadie, he sido un fiscal que hizo su trabajo bien”. 

El ex fiscal supremo Carlos Bringas Villar, ex integrante de la Comisión Ejecutiva del Ministerio Público  y ex integrante del directorio del Jurado Nacional de Elecciones, a pedido de Colán, para subsanar la tacha contra la segunda reelección de Alberto Fujimori en el año 2000, dijo ante un tribunal, que nunca trabajó cerca de la doctora Colán, más allá de las responsabilidades que tenía como fiscal supremo. 

Actualmente, cada vez que la prensa vincula a un fiscal con la corrupción, las personas se preguntan ¿qué cargo ocupó durante el mandato de Colán? Su nombre es un paradigma que sirve para medir el grado de corrupción de sus sucesores. 

La Fiscalía, a diferencia de otras entidades de carácter jerárquico, como el Poder Judicial o las Fuerzas Armadas, no ha renovado su escalafón de fiscales de los noventa. 

En el Ministerio Público aún despachan muchos de los fiscales que trabajaron como protegidos de Blanca Nélida Colán.  “Durante las investigaciones se perdieron, ‘extrañamente’, algunos videos titulados ‘magistrados’, allí podríamos encontrar más de una sorpresa. Pinchi Pinchi ha dicho que Colán no era la única fiscal que iba a tomarse cafesitos y comer chocolates al SIN. Dicen que Montesinos invitaba a otras fiscales supremas, para regalarles dulces arequipeños”, ha dicho el ex procurador Vargas. 

Durante aquella entrevista, le pregunté a Vargas si se refería a las dos únicas fiscales supremas que existían entonces: Nelly Calderón y Adelaida Bolívar. Ambas han sucedido a Colán en el Ministerio Público, pero Vargas no quiso precisar más por falta de pruebas. Por lo pronto, cabe recordar que Nelly Calderón egresó del Centro de Altos Estudios Militares en 1998, cuando los cupos al instituto estaban digitados por Montesinos. 

En el año 2002, el Consejo Nacional de la Magistratura la investigó por reunirse con tres generales del Ejército, investigados –por la Fiscalía– por sus vínculos con Montesinos. 

Quedó absuelta. Meses atrás, la fiscal Adelaida Bolívar, como titular suprema de la Fiscalía, fue investigada por el mismo consejo: Jorge Chávez Montoya, alias ‘Polaco’, un narcotraficante que comenzó sus andanzas al lado de Vaticano que más tarde trabajó con Fernando Zevallos, uno de los narcos más importantes del país (preso en el penal de Piedras Gordas), dijo que la fiscal Bolívar era parte del staff jurídico de Zevallos.

 Bolívar, en calidad de Fiscal de la Nación, destituyó a la fiscal encargada de investigar el Caso Zevallos, dejando sin efecto vitales diligencias judiciales que podrían haber hundido más capo. Más aún, Bolívar se enfrentó a la fiscal del distrito de Maynas, Luz Loayza, la misma que solicitó regresar a Lima tras haber sido amenazada de muerte por el cártel de Zevallos, que ya ha asesinado a mansalva a cinco testigos incómodos. Bolívar denegó el pedido, argumentando que el fiscal debe estar donde se le asigna. Loayza presentó su caso al Poder Judicial. El pasado 14 de marzo de 2008, Bolívar falleció por culpa de una enfermedad incurable. La reemplazó la fiscal suprema Gladys Echaíz Ramos, la única fiscal desde Colán que no ha sido víctima de ninguna sospecha respecto a la corrupción o el narcotráfico.

Nosotros podemos jugar con la psicología de nuestra gente, ¿cuál es nuestra gente? Blanca Nélida, la Comisión Ejecutiva, esa es nuestra gente”

El pasado 5 abril de 2007, exactamente 15 años después del golpe de Fujimori, Colán designó como su abogada –la quinta en los últimos años– a Martha Chávez Cossío, la ex congresista del partido de Fujimori que, como presidenta de la comisión de fiscalización del Congreso[29], jamás investigó, tal como Colán, ninguna denuncia por violación a los derechos humanos cometida por militares adscritos a las órdenes del general Hermoza Ríos. Chávez Cossío, la misma que dijo que las dictaduras representan la manera más eficaz de gobernar, declaró que sacaría a Colán de la cárcel en un plazo de dos años, con ayuda de Sed de Justicia, la entidad que ha fundado para revisar las sentencias de todos los personajes, como ella misma, que colaboraron con el régimen de Fujimori. 

Como una inoportuna coincidencia, el nombre de Chávez Cossío aparece dentro del dictamen fiscal que acusa a Colán por asociación ilícita para delinquir: el borrador de la acción de amparo que interpuso Martha Chávez Cossío, en enero de 1998, contra la resolución del Tribunal Constitucional –que declaraba inaplicable la Ley de Interpretación Auténtica– se encontró almacenado dentro del disco duro de una computadora del SIN. Para la justicia, significó una de las tantas evidencias que demostraban que tanto las acciones de amparo, como los decretos supremos, las leyes, las sentencias y los dictámenes fiscales, se redactaban en las oficinas de Vladimiro Montesinos, antes de ser presentados por congresistas, magistrados o fiscales subordinados al régimen de Fujimori. 

En el proceso contra Colán, Chávez fue citada como testigo. Pero, como la misma Colán, negó todo. Chávez Cossío considera que la conducta de su defendida será un punto a su favor: Colán ha pasado los últimos seis años trabajando en el taller de tejido, elaborando carteritas, monederos de colores alegres y zapatos de cuero. Los días de semana, cuando no limpia los dormitorios o los baños, como todas las reclusas de su pabellón, se ejercita en las clases de aeróbicos o Tai Chi, que dictaba en un pasado Jacqueline Beltrán, la amante de Montesinos. 

Da consejería legal a sus amigas del pabellón, orientándolas por los entreverados caminos de la ley. “Ella es la más querida del pabellón, es muy entusiasta, con un espíritu joven que nos contagia”, ha dicho Virginia Ascasubi, la delegada del pabellón 1C, en donde están las mujeres ancianas, enfermas o trastornadas. La última foto que existe de Colán es una imagen que no llegó a hacerse pública. La noche de la última Navidad, un fotógrafo de El Comercio la retrató vestida con su inconfundible traje negro, con el collarín ortopédico, en compañía de otras reclusas, cantando ‘los peces en el río’, al lado del pesebre que todas las presas armaron con devoción. Martha Chávez cumpliría su promesa antes del plazo pactado. 

El pasado 8 de enero de 2008, Colán obtuvo su semilibertad tras cumplir dos tercios de su condena de 10 años. Ese día, por vez primera, aceptó lo que en 2002 se esforzó por negar: “He cometido errores, negligencias y delitos. Estoy arrepentida y deseo hacer todo lo posible para reincorporarme a la sociedad y ayudar a mis compañeras. 

No todos los que están acá son delincuentes, hay mucha gente que es inocente y está enferma. Veo la vida desde otra perspectiva. Mi vida pasada, pasada está. Estoy segura que Dios me ha perdonado. He aprendido mucho en el penal, la impresión que tengo es que Dios existe, Cristo existe, no está en el cielo, sino en la tierra y en corazón de todos. Me he dedicado a la reflexión con mis compañeras. He pedido perdón a Dios por mis pecados, por mis errores, por mis delitos”, dijo antes de abandonar el penal al lado de su hermana Violeta. Pero el mundo que la recibió era bastante diferente al de los años noventa: su casa, con todo su mobiliario, está en trámite para ser rematada, su pensión de ex fiscal suprema quedó confiscada y, para lo que le resta de vida, está inhabilitada para ejercer la abogacía. La fiscalía anticorrupción ha pedido que se le quite la semilibertad por no haber cumplido con el pago de indemnización al Estado.

La señora Colán se irá dentro de tres años, pero, ¿y el que venga? Eso asegura la gobernabilidad del Estado. Hasta 2005 el tema está más o menos cubierto, pero ¿de ahí para adelante? Eso se va a definir en este quinquenio, si tenemos una visión de largo aliento, no podemos llegar al 2005 siendo presidentes, teniendo un fiscal de la Nación que esté todavía juntando si puede acusar al presidente.

Colán nunca aceptó que llegó hasta un set de televisión a defender a Montesinos. Lo ha dicho ante una corte, el día que una sala la interrogó por el proceso seguido por el delito de asociación ilícita para delinquir, el mismo que todavía se debate en la Corte Suprema. 

“¿Pero le parece correcto que usted, siendo la máxima autoridad, adelante su criterio respecto a la denuncia? 

¿Cómo iban a proceder sus inferiores si usted opinaba públicamente que las acusaciones contra Montesinos eran una patraña?”, le preguntó el vocal Daniel Peirano Sánchez.

 “Cada magistrado era autónomo e independiente, y aplica la ley como la interpreta”, contestó Colán. Sin embargo, el archivo del programa La Revista Dominical, aquel programa que competía cada fin de semana con Panorama por un punto más en el rating, a punta de coquetos, cursis, anacrónicos y divertidos reportajes, tuvo dentro de su terna de invitados a la fiscal más poderosa del país. La noche del 18 de agosto de 1996, es una fecha que muchos fiscales no han podido olvidar. Dos días antes había estallado un hecho sin precedentes. 

Al frente de una corte, Demetrio Chávez Peñaherrera, alias ‘Vaticano’, el confeso narco de sobrenombre divino, acusó a Montesinos de recibir sobornos de 50,000 dólares al mes, para que lo dejara operar una pista de aterrizaje clandestina, en la localidad de Campanilla, al nororiente de la capital, donde el cártel de Cali se abastecía de pasta básica de cocaína. 

“Me comunicó por radio que quería 100,000 dólares a partir de julio de 1992, pero yo no acepté que me subieran la tarifa, cortamos palitos y me mandó a matar, por eso escapé a Colombia”, dijo Vaticano ante el tribunal. Si desde 1991 existían indicios del vínculo entre los señores de la droga y los militares acantonados en la selva, ninguna denuncia había provocado el escándalo que se produjo. 

En ese entonces, Vladimiro Montesinos era el experto en temas de seguridad y defensa, el principal asesor del presidente Fujimori, el hombre con el que todos tenían que conversar antes de dirigirse a Palacio de Gobierno: el famoso Agente Nº 2, como lo proclamaba Fujimori en decenas de entrevistas, en ese imaginario mundo de espías en donde sólo el Presidente podía ser el Agente Nº 1. “Esa entrevista marcó para nosotros un antes y un después”, ha dicho el fiscal supremo Pablo Sánchez Velarde, uno de los pocos fiscales que ha sobrevivido sin rasguños a la poda tras la salida de Colán.

Tras las declaraciones de Vaticano, distintos personajes de la política, desde el Presidente de la República hasta ministros y generales, escudaron a Montesinos de los dichos de Vaticano en distintos medios de comunicación. 

Alberto Fujimori: “al parecer, existen algunos resentidos”. El ministro de Economía Jorge Camet: “es abominable, una aberración”. 

El ministro del Interior Juan Briones: “hay una campaña desatada por el narcotráfico”. 

El Comandante General del Ejército Nicolás Hermoza Ríos: “las afirmaciones de Vaticano son risibles”. 

El director general de la policía Ketín Vidal: “Me parece inverosímil”. 

El presidente de la Comisión de Fiscalización del Congreso Enrique Pulgar Lucas: representa un gasto inútil para el Congreso investigar”. 

A esa opereta de piropos, Colán se sumó la noche de su entrevista. “El doctor Vladimiro Montesinos, que ha sido la persona que ha ideado, el artífice de cómo se le debe capturar, dónde se le debe capturar, un trabajo de inteligencia paciente, resulta inconcebible, inaudito, de que el hombre que precisamente propicia la captura de uno de los grandes narcotraficantes peruanos, sea la persona de que ahora, en una declaración, se pueda dañar su reputación, su carrera, el prestigio del Perú, de las instituciones. 

Todos los que lo conocen, especialmente yo, por su trabajo, tenemos que pensar que esto es una patraña, que es una declaración inaudita, como procesado se está valiendo de sus últimos recursos”, dijo Colán en La Revista Dominical. 

Dejó claro que ninguno de sus subordinados, tal como pasó en el Congreso y la Contraloría, iba a investigar al Agente Nº 2. Cuatro días después de sus declaraciones, Vaticano fue torturado con electricidad por agentes del Servicio de Inteligencia Nacional. Nunca pudo ratificar su testimonio. Nunca volvió a salir de su celda en la Base Naval del Callao. Hasta abril de 2001, fecha en la que Fujimori y Montesinos estaban prófugos en el extranjero. 

El fiscal Sánchez aperturó el expediente 28-2001, denominado caso Campanilla, en el que se le responsabiliza a Montesinos de ser el señor del Cartel de Lima, que suministró de pasta básica de cocaína a los cárteles de Méjico y Colombia. El testimonio de Vaticano fue fundamental para llevar a la cárcel al intocable general Hermoza y todos sus generales, coroneles y comandantes del Alto Huallaga. Paradójicamente, Montesinos está preso dentro de la misma celda que ocupó Vaticano durante ocho años, una diminuta habitación de cemento que Montesinos mandó a construir para los terroristas más peligrosos del país.

El final de la doctora Colán está plagado de ironías. 

Su carrera comenzó en una corte y terminó en una. 

Fue sometida por el Ministerio Público, el mismo poder que tiranizó en su carrera épica por el poder. El Tribunal Constitucional, el mismo que quiso desaparecer de la faz de la tierra, recibió un hábeas corpus firmado por Colán para recusar a los magistrados que velaban por su caso, aceptando tácitamente su potestad. 

El Consejo Nacional de la Magistratura, que nunca pudo enfrentarse a Colán o sus fiscales, inició en 2001 una investigación de oficio contra 21 fiscales, a partir de las declaraciones de una informante de la DEA, que comprometían al aparato de defensa del Estado con los cárteles colombianos.

 ¿Tuvo algún otro Fiscal de la Nación mayor influencia en la justicia y la política del Perú desde que se creó el Ministerio Público? 

No. 

Y si sucede, no será tan fácil batir el record que la doctora Colán supo imponer sobre el resto de fiscales que le sucederán.

Por: Luis Felipe Gamarra

Fuente: ejerciciosdelamemoria