Los modelos asiáticos y el Perú

Hace unas pocas semanas el presidente Fujimori concluyó su última y prolongada gira asiática, que lo llevó esta vez a Japón, Malasia, Filipinas y Tailandia. Una buena ocasión para indagar sobre la realidad del «modelo asiático» que hoy se nos ofrece también como un modelo deseable -y viable- para el Perú.


Alberto Fujimori y Keizō Obuchi en 1999.

Asia ha logrado lo que otras potencias no han podido: unir a los más disímiles políticos, pensadores y funcionarios. Aunque con diversas reservas y, con frecuencia, sin mencionarlo explícitamente, muchos reivindican el modelo de desarrollo japonés o el asiático para el Perú.

Mientras que unos ponen el acento en el tema de los gobiernos fuertes, otros lo colocan en el liberalismo económico y otros más en la necesidad de una mayor intervención del Estado en la dirección del país.

Milton Friedman, premio Nobel por sus trabajos de economía liberal, dijo hace muchos años que sus teorías podían comprobarse con sólo observar al Japón, y años después, con mayor conocimiento de la realidad nipona, cambió a Japón por Hong Kong señalando que la colonia británica es la demostración de los logros del liberalismo.

Los norteamericanos de la llamada escuela progresista han resaltado la acción intervencionista y reguladora del Estado, posición que ha influido en economistas peruanos y latinoamericanos de tendencia similar que postulan que el Estado debe dirigir y controlar amplios sectores de la economía para ser eficaz, tal como sostienen que ocurrió y ocurre en el Asia.

¿Cómo es posible que la experiencia asiática pueda servir de modelo a posiciones tan contrapuestas? Sólo hay una respuesta válida: que al final todos los argumentos tienen algo de verdad, y que ninguno de ellos logra explicar por sí solo la racionalidad de estas economías.

Hay cientos de estudios sobre el modelo asiático, pero la literatura económica permite sugerir que no hay en Asia un solo modelo, sino varios esquemas aplicados y utilizados según los intereses de quienes desean apoyar una posición en particular. Revisemos los modelos asiáticos vistos desde diferentes posiciones y, luego, intentemos una aproximación inicial al conjunto.

El modelo liberal

¿Es Asia el producto de una política de libre comercio que fue a su vez el resultado de haber dejado a las leyes del mercado la dirección de la economía? Muchos opinan que sí.

En 1945 Hong Kong tenía 600 000 habitantes; para 1950 superaba los 2 200 000: su población se cuadruplicó en tan sólo cinco años. Chinos procedentes de otras partes de China, en especial empresarios de Shangai, venían a esta pequeña colonia británica para evitar que sus riquezas fueran confiscadas por el gobierno comunista.

Los primeros años fueron de enorme crisis para la pequeña región: no había servicios sanitarios suficientes, la vivienda era escasa y ofrecía una imagen semejante al Harlem norteamericano, y la pobreza era rampante. Hoy Hong Kong tiene los edificios más modernos del mundo; muchos de los inmigrantes de los años 50 son ahora multimillonarios; la ciudad está en permanente construcción y desarrollo; además, tres cuartas partes del empleo se ocupa en el sector servicios, generado principalmente por el sistema financiero que cuenta con los mayores bancos del mundo y una gran infraestructura que le permite ser puente financiero y económico con la China continental y el resto del Asia.

En Hong Kong el nivel de las tasas de interés fomentó el ahorro interno. El elevado ahorro permitió, a su vez, financiar el crecimiento, lo que, sumado a la política de bajos impuestos, alentó la inversión.

En este marco, era claro que no podía aparecer nada similar al llamado Estado de Bienestar europeo. Allí cada uno es responsable de sí mismo, la jubilación o la seguridad social es responsabilidad de cada quien. El Estado considera que la gente debe ahorrar para los tiempos difíciles.

Esto no ocurrió en otros países del sureste asiático o en Japón, pero hay elementos comunes: la creación de un marco económico estable con bajos niveles de inflación que permitía planificar para el largo plazo y normas legales que no cambiaban de un día para otro.

Pero el elemento más claro es la inversión en educación, que la escuela neoclásica denomina capital humano. La escuela liberal postula que en el mediano plazo es la educación la que garantiza el crecimiento, porque eleva la productividad, permite desarrollar la innovación y la eficiencia y tiene efectos colaterales, al bajar la explosión demográfica, alentar la inversión extranjera y redistribuir el ingreso. Si bien puede haber mucha polémica en torno a las políticas liberales, nadie discute que la educación ha desempeñado un papel fundamental en el Asia.

La educación y la estabilidad permitieron aumentar las exportaciones, que fueron la fuerza principal del desarrollo de Japón y los tigres del Asia. Aunque hay discusión en torno al respeto de los derechos de propiedad intelectual, todas estas economías han sido en sus inicios grandes copiadoras de ideas, unas copiando y vendiendo sin discriminación, como Hong Kong y Taiwán, y otras comprando tecnología a Europa y Estados Unidos, como Japón y Corea del Sur.

El modelo del Estado desarrollista

Uno de los grandes mitos de la economía japonesa es que al terminar la II Guerra Mundial quedó completamente destruida. Japón se preparó para competir en el exterior a partir de la revolución Meiji, a fines del siglo XIX, y al concluir la guerra no sólo contaba con una población masivamente joven y educada sino que además tenía la tecnología de las mismas empresas que fueron capaces de producir máquinas de combate.

La revolución Meiji sentó las bases para crear un aparato estatal sólido, que guió a Japón durante medio siglo y que tomó el papel directivo principal en la posguerra. El desarrollo de Japón no puede verse separado del poderoso Ministerio de Industria y Comercio, y del Ministerio de Economía.

Ambas instituciones fijaron las metas de largo plazo y trabajaron en paralelo con empresarios y sindicatos.

Japón es un modelo en sí mismo, porque puso en práctica una estrategia nueva de desarrollo e intervención estatal donde el Estado asumió el papel de coordinador y planificador. Este modelo consistió en sugerir al sector privado los sectores estratégicos y establecer incentivos crediticios y tributarios para desarrollar la industria desde productos textiles y agrícolas pasando por la industria pesada hasta la industria de productos electrónicos avanzados.

El modelo japonés fue muy importante para el desarrollo del resto de países del sureste asiático. Japón está unido a Taiwán, Singapur, Hong Kong y Corea del Sur por la geografía, pero, además, por una historia de intervenciones que colocó a Japón, en la segunda posguerra, en la situación moral de contribuir a la reconstrucción del resto de países de la región.

Corea del Sur estudió la experiencia japonesa al igual que Singapur y Hong Kong, tomando un modelo similar de coordinación y de guía estatal para aumentar las exportaciones. En Corea del Sur se estableció un férreo control del sector bancario para favorecer a los grupos de poder económico conocidos como chaebol. Todos los planes de largo plazo se aplicaron en estrecha coordinación con estos grupos de poder. Hoy, cuando el sistema político surcoreano ha entrado en crisis con la condena de dos ex presidentes por corrupción, se ha exculpado a los presidentes de las grandes empresas implicadas por considerar que ésta es una cuestión de seguridad nacional.

Japón mostró a los países del sudeste asiático que era posible crecer. Pero, además de confianza, les inyectó inversión, trasladando numerosas empresas a esos países. Entrenó además a futuros funcionarios de Corea del Sur, Taiwán y Hong Kong. Lee Kuan Yew, el ex primer ministro de Singapur, reconoce que Japón fue siempre el faro del desarrollo, pero que ahora ese modelo se está agotando.

Los mismos funcionarios japoneses sostienen que han creado un nuevo tipo de capitalismo.

Naohiro Amaya, uno de los arquitectos del desarrollo japonés y funcionario del Ministerio de Industrias, dijo una vez que «Japón desafía todas las leyes económicas». Eisuke Sakakibara, del Ministerio de Economía y autor de libros y numerosos artículos, sostiene que «Japón ha logrado controlar las leyes del mercado en función del largo plazo».

El modelo de «dictadura blanda»

Japón y el sudeste asiático ofrecen argumentos para defender uno de los submodelos: «el gobierno fuerte» o la llamada «dictadura blanda».

Lee Kwan Yew de Singapur y el actual primer ministro de Malasia, Mahathir Mohamad, han defendido la idea de que es necesaria una combinación de autoritarismo político y liberalismo económico para lograr el desarrollo. Ellos sostienen que Asia es diferente a Occidente y que en los comienzos del desarrollo, cuando se tiene una sociedad con gran parte de población agrícola y pobremente educada, es vital la imposición de leyes y políticas.

Esta es la base de la polémica sobre los llamados valores asiáticos. Tal posición se ha extendido a diversos países y ha alcanzado el nivel de teoría política en el resto del Asia y en el Perú, donde muchos identifican gobierno fuerte con modelo asiático.

El problema es que en Asia los gobiernos fuertes han demostrado su eficacia. Los gobernantes que se quedan por largo tiempo han sido la regla, y no la excepción: Chang Kai-shek gobernó Taiwán desde 1947 a 1975; Park Chung Hee lideró Corea del Sur desde 1961 a 1979; Suharto ha gobernado Indonesia desde 1966; Mahathir Mohamad dirige Malaisia desde 1981, y en Singapur Lee Kuan Yew gobernó por más de veinte años. Japón cambia a sus primeros ministros, pero el régimen del Partido Liberal Demócrata ha sido la constante durante más de cuarenta años.

Aunque en otro contexto, China, con la filosofía de «un país con dos sistemas», ha liberalizado zonas como Cantón, Shangai y Fujian, pero el gobierno mantiene el centralismo comunista, y es poco probable que se desmorone en los próximos años.

Las condiciones externas

Ningún modelo puede entenderse al margen de los factores que permitieron su aplicación. En el modelo asiático debe considerarse la necesidad que tuvo Estados Unidos de reconstruir rápidamente a Japón y el resto del Asia para bloquear al socialismo.

China y la Unión Soviética representaban una amenaza para los intereses norteamericanos y sólo podían ser contrarrestadas creando bases militares externas en Japón, Corea del Sur, Filipinas y dinamizando la economía de la región. Las economías del Asia también contaban  con una gran población joven, por lo que la inversión masiva en educación primaria y secundaria permitió dotar a esos países de los técnicos necesarios para elevar la productividad de sus industrias. 

Japón, además de servirles de ejemplo, invirtió profusamente en ellos reciclando los ingresos que recibía tanto de la ayuda norteamericana como del aumento de exportaciones.

El último de los factores situacionales es el más importante: la guerra o la amenaza de guerra.

Estados Unidos prohibió el ejército en el Japón ocupado de la posguerra, lo que creó un sentimiento de inseguridad entre los japoneses; sentimiento que se alimentaba en la idea de que el resto de países de la región buscaría tomar represalias contra ellos debido a las largas décadas de imperio colonial nipón que debieron sufrir.

Por su parte, Corea del Sur fue producto de la guerra de Corea y vive hasta hoy técnicamente en guerra con Corea del Norte, porque, al no haberse firmado nunca un tratado de paz, se siente bajo la amenaza permanente de invasión. También Taiwán ha vivido en permanente alerta ante la posibilidad de invasión desde China continental. Ante este panorama conflictivo, cada nación sabía que era urgente crecer para que el desarrollo económico compensara la inseguridad militar.

En el Perú no existe este último factor situacional, y más bien es una suerte que así sea. Pero cuenta con otros factores situacionales que pueden ser usados a su favor. Japón necesita garantizar su abastecimiento de materias primas de América Latina, y el resto del Asia requiere de urgentes entradas (y salidas) para comerciar con Sudamérica, que pasan por desarrollar la infraestructura y los puertos de Chile y Perú.

Y así como Japón dinamizó la economía del sudeste asiático invirtiendo en ella, ahora los otros países de la región disponen de excedentes cuyo volumen es muy pequeño como para ser invertidos en Japón o Hong Kong, pero cuyo destino natural, gracias también a ello, comienza a ser la parte occidental de Latinoamérica y Estados Unidos.

Para aplicar lo que puede ser trasladable del modelo asiático al Perú, sin olvidar que todo modelo es sólo referencial y no un fin en sí mismo, hace falta el Estado regulador, y, como condición de éste, una burocracia altamente calificada y de elite con legitimidad para coordinar con el sector privado.

El sudeste asiático demuestra que la formulación de una política industrial o de un plan de largo plazo requiere de instituciones sólidas. En este contexto el modelo asiático no es sólo el régimen del gobierno fuerte. En el Asia las «dictaduras blandas» han comenzado a ser cuestionadas por el ascenso de las clases medias que reclaman mayor participación. 

Los gobiernos fuertes fueron una respuesta a necesidades y circunstancias externas peculiares que hay que entender además en relación a la actitud tradicional de sujeción a la autoridad, propia de la herencia cultural y religiosa confuciana.

La experiencia de las economías exitosas del Asia demuestra que el liberalismo no puede ir separado de la planificación, y que el desarrollismo estatal, a su vez, debe dar libertad suficiente a la iniciativa privada. Ese extraño balance de fuerzas económicas contrapuestas en una situación geopolítica singular es lo que ha permitido que el modelo asiático, valga la tautología, se convierta finalmente en modelo.

* Economista peruano residente en Tokio. Colabora con diversas publicaciones internacionales

Por: Marco Kamiya

Fuente: Desco