PINOCHET QUE INVADE NUESTRAS VIDAS

El general Pinochet ha ocupado durante los últimos 25 años el lugar central de la vida política chilena. Lo ha hecho como golpista, dictador, comandante en jefe del ejército y senador vitalicio. La vida de cada uno de nosotros, de nuestros padres, madres, abuelos, abuelas, hijos e hijas, nietos y nietas, de nuestras parejas, amigos y no tan amigos han tenido durante todo este largo período a este personaje como referente central. 


Pinochet es sujeto y objeto de pasiones y sentimientos encontrados. 

Salvador amado para unos que no son pocos; para otros es un criminal que, violando todo tipo de derechos elementales humanos y sociales, encabezó una profunda revolución capitalista que transformó la sociedad chilena. 

Independientemente de lo que se sienta por Pinochet, él mismo ha vivido obsesionado por ocupar este lugar central, por actuar el papel de liberador de la patria de la amenaza comunista y de adelantado en la salvación de Occidente. 

Se ha negado reiteradamente a retirarse a sus cuarteles de invierno, llevando a la práctica un diseño que asegure su presencia de por vida. 

Quizás esta ilusión de omnipotencia e inmortalidad fue su perdición en esta ocasión. 

La Inglaterra de la Thatcher ocupaba un lugar muy cercano a su corazón. 

Ella misma era una amiga muy querida, con la que había colaborado como eficaz aliado en la guerra de Las Malvinas. Nunca imaginó que el nuevo orden globalizado incluyese normas universales de protección a los derechos humanos y, mucho menos, que él como cualquier mortal en este mundo estaba sometido a leyes que lo podían alcanzar. La fantasía que le generaba su intocabilidad en Chile se desmoronó en pocos minutos. No importa cuál sea el fallo final de la justicia inglesa. 

La sola imagen de su persona retenida fue más allá de lo que nunca ningún chileno de izquierda o derecha imaginó ni en sus sueños: 

Pinochet sometido a un «debido proceso», con «jueces imparciales», con «normas universales», con «respeto a sus derechos». 

¡Cómo habrían deseado cualesquiera de sus víctimas tener alguno de los derechos que a este señor ahora se le reconocen como parte del género humano! Su imprudencia ha creado un grave problema a la sociedad chilena, ocasionando que el proceso de transición atraviese por la coyuntura más difícil y compleja que le ha tocado enfrentar desde que se inició. 

Esta complicación involucra las relaciones entre el gobierno y la oposición de derecha y de izquierda, en menor medida. Genera problemas al interior de la propia coalición, más que entre los partidos, dentro de los mismos. 

También toca las vinculaciones de Chile con los gobiernos democráticos de Europa. Particularmente las existentes entre las corrientes socialdemócratas, socialistas y demócratacristianas nacionales con sus congéneres del viejo mundo. 

Estas, que han sido hasta hoy amigas incondicionales de Chile democrático aparecen, a pesar de esta conducta, imputadas por sectores gubernamentales de incomprensión de las características particulares de la transición chilena. 

El problema principal es, en todo caso, la reaparición de una polarización extrema entre los actores políticos. Se desarrollan altos grados de subjetivización y se reducen las condiciones para establecer elementos básicos de confianza colectiva. 

Pinochet sigue siendo la figura central de la política chilena. Es un actor que organiza y desestructura posiciones. Es un eje no superado que impide a la sociedad discutir su presente y su futuro al margen suyo. Si el viejo general tiene conciencia de este hecho, en su hospital de 1.600 dólares diarios en Londres, debe tener motivos para íntima satisfacción. 

La imagen de que existía potencialmente una derecha republicana que intentaba ubicarse en el presente, ejerciendo una voluntad de signo democrático, ha sido borrada de un plumazo. Ella se ha reordenado sin fisuras en torno del ex dictador. 

Transcurridos diez años desde el triunfo del «No» en el Plebiscito de 1988, un importante sector del país sigue sin confiar ni aportar a la resolución democrática de los conflictos. Necesita permanentemente apelar a distintas disculpas para justificar la pretensión de interrumpir el funcionamiento de la institucionalidad ciudadana. 

El lenguaje de la amenaza, la sospecha y la rabieta autoritaria son hoy, nuevamente, parte componente de su carácter. El temor y el miedo han reaparecido, volviendo a ocupar en la sociedad un lugar que se creía instalado en un pasado superado. Mientras los chilenos no sean capaces de procesar colectivamente, cabal y abiertamente, sin vetos ni inhibiciones, la historia de la cual el Pinochet que nos invade es parte constitutiva, no podrán encontrar un sentido cierto para sus pasos presentes y futuros. Santiago de Chile, a primeros de noviembre, 1998

 Por:Juan Enrique Vega
Fuente: Desco