19 de Abril del 2019
¡Presidente, buenas noches!; ¡Hola, doctor!, ¿cómo está?;
Un poco preocupado porque acabo de verlo en el noticiero y lo noté compungido, hasta demacrado diría; ¡ja!, ¡ja!, ¡ja!(una carcajada estruendosa hizo alejar al abogado del auricular).
Estoy bien, doctor, no se preocupe; ¡menos mal!, aprovecho, entonces, para hacerle recordar que mañana tenemos una citación en la Fiscalía; ¿a qué hora?; a la diez de la mañana; ¡ah!, eso me da tiempo para dormir un poco más (un silenció se apoderó de la comunicación); ¿presidente?; sí, aquí estoy. Justo antes de que usted llamara me dijeron que la Fiscalía vendrá mañana con una orden de detención; no creo, señor, porque si algo quieren nos lo harían saber allá y no en su casa; ¡doctor!; ¿presidente?; ¿a un muerto lo pueden investigar?; no sé el motivo de la pregunta, pero no, claro, cuando alguien es investigado y fallece, entonces la investigación queda allí y vuelve a fojas cero. ¡Muchas gracias, doc!
Colgó el auricular y antes de echarse a dormir abrió su caja fuerte y de ella extrajo un celular analógico que estaba a nombre de un viejo militante partidario y fiel amigo que se lo había obsequiado para ser usado en situaciones de estricta emergencia; en seguida llamó a sus familiares y sin dar detalles les dijo que los amaba, que aunque habría sido un mal esposo jamás había sido un mal padre, que todos sus bienes deberían ser repartidos como él había indicado cuando los reunió a todos en Europa; no me pregunten, habría dicho el presidente, por qué reparto mis cosas como si me fuera a morir mañana; sólo puedo confesarles que nadie sabe cuándo va a morir.
Volvió a llamar, esta vez a uno de sus hijos en EE.UU., pero el teléfono sonaba desconectado, además el celular del presidente emitía una luz intermitente indicándole que estaba a punto de apagarse, por lo que decidió no insistir. Ensimismado en sus preocupaciones se quedó dormido en el sofá al lado de su cama.
Minutos después despertó bruscamente y comenzó a toser desesperadamente; era común en él estos ahogos producto de su gastritis, de su estropeada vesícula biliar y la acumulación de gases que le presionaban el tórax y le producían taquicardia.
Tomó una vaso de agua y se echó sobre la cama sin mudarse de ropa; en ese instante, somnoliento, levantó la mirada hacia un viejo reloj sobre la pared, y se percató de lo tarde que era, logrando lentamente cerrar los ojos. Aunque habían pasado cuatro horas, él creyó haber dormido apenas minutos cuando unos murmullos lo despertaron, las voces venían del primer piso. ¡Qué sucede!, dijo; ¡buenos días, señor! Baje, por favor; ¿para qué?
Sólo baje; pero dígame qué desea; baje, señor. Se alisó el cabello y bajó. Tenemos una orden de detención en contra de su persona.
Quiero hablar con mi abogado; puede hacerlo; voy arriba; pero puede hacerlo acá por celular; no tengo celular, señor. Déjeme. Subió al segundo piso, luego entró a su habitación, de inmediato metió el celular en la caja fuerte y sacó una de las armas que le había regalado el embajador de Inglaterra.
Cerró la caja. Se sentó en el sofá y llegó en sus recuerdos la imagen de personajes históricos que se habían suicidado, pero un sentimiento de culpa lo abordó con una punzada en el pecho al caer en la cuenta que estos no habían sido acusados por lavado de activos, malversación de fondos o coimas, sino por sus ideas o guerras perdidas. ¡Pum!, se escuchó; de inmediato policías y fiscales subieron y encontraron al mandatario con los sesos destapados.
Por: El Profesor de los buses -El Juglar-
Social Plugin