02 Diciembre 2024
En aquella primera travesía, desató cuántos cabos pudo e hinchó velas con la estrella solitaria asida a lo más alto del palo mayor, y engendró el Ejército Rebelde, parió las Fuerzas Armadas Revolucionarias, sumó al pueblo e hizo la victoria. Los días -como las personas, los sitios y los hechos-, por determinadas circunstancias, a veces suelen adquirir dimensiones especiales. El desembarco del Granma, el 2 de diciembre de 1956, le marcó a Cuba y al resto del planeta un antes y un después.
Foto: Archivo de Granma
Ningún otro yate ha llegado a alcanzar tal notoriedad. No estaba entre los más lujosos, tampoco pertenecía a famoso alguno y no figuraba en la lista de los más veloces. Con apenas 63 pies de eslora, 15 de manga y casi 20 años de explotación, el Granma entró a la historia por la puerta ancha.
Partió de Tuxpan, a las 2:00 de la madrugada del 25 de noviembre de 1956. Le tocó navegar por aguas tormentosos y si no naufragó, más que un milagro, tuvo que ver con la determinación de sus 82 expedicionarios.
“Si salimos, llegamos…” Había sentenciado el líder del grupo de revolucionarios. No era otro que Fidel Castro, quien tan solo tres años antes también había encabezado las acciones de los jóvenes de la generación del centenario del Aposto (José Martí, Héroe Nacional cubano) que asaltaron el cuartel Moncada, (segunda fortaleza militar de la Isla, por su importancia), con el propósito de propiciar una insurrección armada que derrocara la tiranía batistiana.
Herederos del legado de ese mismo Martí, a quien habían proclamado autor intelectual de aquellas acciones en que lo arriesgaron todo por hacer la verdadera independencia de su pueblo, y sabedores de que la verdadera dignidad del hombre está en hacer y defender el bien común y el decoro de la patria, pasando por encima de desproporcionados riesgos y obstáculos, lograron llegar a tierra firme y desembarcaron, más repletos de ideas que de armas.
Tras el azaroso atraque, sobrevino la zancadilla de la inexperiencia, y las Coloradas, el punto por donde arribaron a la tierra amada, pronto devendría un mar de metralla y muerte.
Prácticamente, en un abrir y cerrar de ojos, la tropa quedó reducida a 12 hombres y siete fusiles, pero los sueños y la determinación, que eran tan grandes como las adversidades, habían permanecido intactos,
Otros, por mucho menos, habrían claudicado; pero no Fidel, quien ni era hombre de claudicaciones ni estaba hecho para la derrota. Y frente al tremendo golpe, al reagruparse tras la dispersión ante el sorpresivo bautismo de fuego, se alzó la fe inquebrantable que siempre tuvo en la victoria, y dejó que hablara el Quijote que llevaba dentro: “¡Ahora sí que ganamos la guerra!”
En aquella primera travesía, el Granma desató cuántos cabos pudo e hinchó velas con la estrella solitaria asida a lo más alto del palo mayor, y engendró el Ejército Rebelde, parió las Fuerzas Armadas Revolucionarias, sumó al pueblo (formidable) e hizo la victoria.
Los días -como las personas, los sitios y los hechos-, por determinadas circunstancias, a veces suelen adquirir dimensiones especiales. El desembarco del Granma, el 2 de diciembre de 1956, le marcó a Cuba y al resto del planeta un antes y un después.
Sin lugar a dudas, como dijera el propio Fidel (26 de julio de 1963), “---aquel era el camino, y al fin la historia y los hechos, la realidad y la vida, se encargaron de demostrar que aquel era el camino”.
Fuente:tribuna
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