La década del 90 fue un periodo crítico en Perú, cuando se buscaban soluciones para combatir a Sendero Luminoso, el grupo insurgente que sembraba terror en el país. En este contexto, el gobierno impulsó una "tercera vía" para enfrentar la amenaza de Sendero Luminoso, promoviendo la creación de organismos vecinales de autodefensa independientes de las Fuerzas Armadas y el gobierno. Esta estrategia no solo buscaba proteger a las comunidades rurales, sino también fortalecer el poder local y la organización comunal en zonas vulnerables a la violencia senderista. Se fomentó así la conformación de rondas campesinas que actuaban como defensa local y de alguna manera representaban un símbolo de resistencia comunitaria ante la insurgencia.
A medida que la violencia avanzaba, especialmente en zonas como Ayacucho y Huanta, el campesinado respondió organizándose en rondas campesinas. Estas rondas no solo se convirtieron en el medio principal para proteger sus tierras y comunidades, sino que también adquirieron una estructura militarizada y jerárquica, con líderes que actuaban como jefes de defensa. Al estar armados, los ronderos podían responder con fuerza a las incursiones de Sendero Luminoso, aunque esto también significaba un alto riesgo de ser blanco de represalias. Sin embargo, estas rondas se consolidaban especialmente en los momentos en los que las Fuerzas Armadas ejercían una presencia activa, y en cuanto dicha presencia disminuía, las rondas también tendían a debilitarse.
El apoyo comunal hacia Sendero Luminoso se vio en algunos momentos impulsado no tanto por la afinidad con la ideología senderista, sino por el temor, ya que el grupo insurgente recurrió a tácticas de intimidación y terror para controlar a las comunidades. Sendero Luminoso no dudaba en reemplazar o asesinar a las autoridades comunales que consideraba enemigas, generando un ambiente de desconfianza y miedo. En respuesta a esta situación, los comuneros convocaban asambleas donde se debatían estrategias de resistencia y cooperación mutua para proteger a sus comunidades, aunque siempre bajo la constante amenaza de represalias senderistas. Sin embargo, los campesinos también comenzaron a percibir las acciones de represión por parte de las Fuerzas Armadas como abusivas y desproporcionadas, lo cual generaba el riesgo de que la población pasara a apoyar a Sendero Luminoso como reacción contra el hostigamiento del Estado.
El proceso de organización de la autodefensa también implicaba que los ronderos superaran el miedo a la violencia senderista y, en un sentido más amplio, desarrollaran un sentido de identidad comunitaria y conciencia colectiva. Era un desafío unir a una población rural que históricamente se había sentido marginada y desprotegida por el Estado, y que ahora se veía en la necesidad de luchar tanto contra un enemigo interno como contra la percepción de abandono estatal. En este esfuerzo, se priorizaba la presencia y el apoyo de instituciones como el municipio y la iglesia, cuya legitimidad y cercanía a la comunidad facilitaban el proceso de organización. La iglesia, en particular, jugó un papel fundamental, pues en varias comunidades rurales actuaba como un mediador y un espacio de apoyo moral y espiritual.
Además, la lucha contra Sendero Luminoso requería enfrentar las raíces de la violencia, que en gran medida se derivaban de la pobreza extrema y la falta de acceso a una justicia social real. Los líderes comunitarios insistían en que no era suficiente armar a la población; era necesario también invertir en el desarrollo local y mejorar las condiciones de vida de las comunidades, para que estas no se vieran tentadas a unirse a las filas de los insurgentes por desesperación o falta de oportunidades. En este sentido, la lucha contra Sendero Luminoso iba más allá de la confrontación directa, abarcando un enfoque de justicia social y desarrollo que buscara erradicar las condiciones de desigualdad y marginalización que habían facilitado el crecimiento del movimiento insurgente.
A pesar de las dificultades, las rondas campesinas lograron consolidarse en varias zonas rurales de Perú, actuando como una forma de resistencia y autodefensa que dependía de la voluntad y colaboración de los propios campesinos. Esta resistencia comunitaria fue clave para debilitar la influencia de Sendero Luminoso en las zonas rurales, aunque los retos y peligros de la época dejaron una marca duradera en el tejido social de las comunidades afectadas.
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