22 de Diciembre de 1998
¿ Representa Hugo Chávez, como él mismo sostiene, una tercera vía, y viable, para Venezuela? Desde Caracas, dos miradas sobre Hugo Chávez y sus promesas al país en la hora de las definiciones.
Expectativas y preocupaciones.
El triunfo de Hugo Chávez Frías como Presidente de Venezuela en las recientes elecciones de nuestro país puede ofrecer varias lecturas según los ángulos de mira que se elijan y los objetivos o intereses en juego. Una primera dice relación con el significado que tiene este hecho para Venezuela y los venezolanos. Otra con la interpretación que se le quiera dar y se le dé allende nuestras fronteras, en función de percepciones y preocupaciones específicas de los países.
Una tercera podría indagar sobre las implicaciones de carácter «ideológico» que la victoria de Chávez pudiera tener y en ese sentido nos podemos ubicar en uno u otro lado de la trinchera para alegrarnos o preocuparnos. Lo cierto es que después de mucho tiempo los venezolanos nos preparamos para celebrar las fiestas decembrinas respirando un aire de tranquilidad y una sensación de esperanza en que el futuro que se avecina con la nueva administración será mejor.
A un observador externo al tanto de la situación del país y de las cifras que de ella emanan, esta última afirmación pudiera inducirle a pensar que los venezolanos somos masoquistas, pero como dice la jerga popular «es muy difícil estar peor».
El país va a cerrar el año con una inflación superior al 30%, con los precios del petróleo en sus valores históricos más bajos en 20 años, con las reservas internacionales cayendo como consecuencia del interés del Banco Central en impedir la devaluación del bolívar, y con una gran cantidad de problemas sociales no resueltos, los que serán gratuitamente endosados al próximo gobierno.
Debemos explicar entonces cuál es el sustento que hace que los venezolanos tengamos la certidumbre de un futuro promisorio y para eso habría que exponer el contexto de esta victoria electoral.
Hugo Chávez era un perfecto desconocido la madrugada del 4 de febrero de 1992 (4F) cuando apareció por cadena de televisión después de fracasar en su intento de derrocar por las armas al gobierno de Carlos Andrés Pérez. En su llamado a la rendición de las tropas que comandaba desde Caracas -las que incluso habían obtenido éxito en otras regiones del país- dijo que había que evitar un mayor derramamiento de sangre y anunció que paralizaba las acciones «por ahora», frase paradigmática que revelaba la voluntad de continuar perseverando en los objetivos propuestos, más allá de que el futuro inmediato se tornaba incierto y sumamente desventajoso.
Chávez y sus compañeros fueron a dar a la cárcel, mientras otros se aprovechaban del influjo del 4F para cosechar gratuitamente y propiciar su propio relanzamiento político favorecido por el desprestigio del gobierno del presidente Pérez.
En la sesión conjunta de ambas Cámaras posterior al alzamiento, el entonces senador vitalicio Rafael Caldera fue el más preclaro visionario del alcance del levantamiento armado cuando, en emotivo discurso, al condenar el golpe llamó simultáneamente a luchar contra las medidas económicas de Pérez y contra la corrupción que campeaba en el país.
Tras achacar el alzamiento a la situación económica del país arguyendo que aquélla había creado un entorno favorable a hechos de esa naturaleza, afirmó que los protagonistas del 4F no eran «ambiciosos» o «asesinos del Presidente», como los pretendía mostrar el gobierno.
Hoy existe consenso para afirmar que ese discurso permitió resucitar el cadáver político de Caldera para catapultarlo por segunda vez a la presidencia de la República, no sin antes asestarle una estocada mortal a su partido socialcristiano Copei -del cual era miembro fundador-, al abandonarlo y dividirlo en pos de la silla presidencial.
El 4F, que tuvo su colofón el 27 de noviembre con un nuevo intento también fallido de alzamiento militar -esta vez de la Fuerza Aérea- fue el punto culminante de todo un proceso de deterioro del sistema democrático venezolano inaugurado en enero de 1958 y construido en lo político sobre la base de un modelo bipartidista sustentado en Acción Democrática y Copei y apoyado en lo económico en las gigantescas ganancias producidas por el petróleo, del cual Venezuela es uno de los mayores productores y exportadores mundiales. Estos partidos erigieron un sistema que echó sus raíces en el poder económico, el militar, el político y el judicial, generando métodos clientelares y corruptos, amparados en los grandes ingresos de divisas originados en las ventas de petróleo durante casi 40 años. Se calcula que en este período ingresaron a Venezuela alrededor de 250 mil millones de dólares, de los que sólo se han invertido 40 mil millones.
Se conoce la existencia de capitales venezolanos en el exterior por un monto aproximado de 120 mil millones de dólares. Con esa suma se podría pagar 4 veces la deuda externa del país. De manera tal que estamos hablando de la crisis de una nación extremadamente rica, pues además de la ya mencionada riqueza petrolera Venezuela alberga en su subsuelo abundante hierro, oro, diamantes, bauxita y carbón, posee una tierra generosa para la producción de granos, verduras, vegetales y frutas, una gran costa caribe y grandes recursos hidráulicos para la producción de energía. Resulta así muy difícil explicar a nuestros amigos del continente las causas de la pobreza en Venezuela, que afecta a alrededor del 80% de sus 23 millones de habitantes.
Contra esta situación votó el pueblo de Venezuela el 6 de diciembre pasado, iniciando lo que el ex-presidente de Estados Unidos Jimmy Carter llamó una «revolución pacífica», y lo hizo brindando su apoyo a quien sacrificando una intachable vida militar que le ofrecía un futuro de prebendas y condecoraciones, se lanzó a las armas en 1992, para cosechar 6 años después el fruto de su acción. La campaña electoral estuvo preñada de acciones de guerra sucia mostrando a un Chávez en su faceta de militar alzado contra el sistema democrático, quien según sus detractores pretendía construir una nueva Cuba que eliminaría la propiedad privada y aniquilaría físicamente a sus adversarios. Convocada para conjurar el peligro, la unidad total de sus oponentes condujo finalmente a una polarización de fuerzas entre Chávez y Henrique Salas Römer, lo que no fue barrera suficiente para impedir que el candidato del Polo Patriótico se alzara con un 56.49% de los votos (la más alta cifra jamás lograda por un candidato en la era democrática) contra 39.46% de su oponente.
Chávez ganó las elecciones en 18 de las 23 entidades federales en las que se divide el país, incluyendo el central Estado Carabobo donde Salas Römer fue gobernador durante dos períodos. Al conocer su triunfo Chávez prefirió emplear la moderación, haciendo un llamado a la unidad nacional para enfrentar la crisis, pidiendo a los inversionistas nacionales y extranjeros regresar a Venezuela -de la que habían huido asustados por los vientos de guerra pre-electorales- y garantizándoles una amplia seguridad jurídica y económica. Pero a mi juicio el hecho más trascendental de estas elecciones, más allá del triunfo electoral del ex-comandante de paracaidistas, es la contundente derrota propinada a los partidos tradicionales que fueron el sustento del poder en los últimos 40 años. Acción Democrática obtuvo el 8.39% y Copei sólo el 1.73% de los votos, con lo cual firmaron el acta de defunción del bipartidismo en Venezuela. La mesura del discurso del Presidente el día de su victoria tuvo una inmediata repercusión en la economía: el índice bursátil de la Bolsa de Valores de Caracas registró un crecimiento histórico récord de 22.2%, los bonos de la deuda externa venezolana ascendieron 7.42% y el dólar cayó en alrededor de 15 bolívares, lo que significaba una revaluación de la moneda nacional de casi el 3%. En el plano político, los mandatarios regionales -la mayoría de los cuales son opositores al presidente electo- le expresaron su firme disposición a trabajar juntos para adelantar los cambios que exige el país. Al escribir estas notas el nuevo presidente de Venezuela ha nombrado solamente a dos de los integrantes de su nuevo gabinete.
Nadie sabe a ciencia cierta qué orientación tendrá su gobierno ni con quién gobernará. Se abren al respecto varias opciones: hacerlo con los militares que lo han sostenido desde 1992 y con los que fundó su partido Movimiento Quinta República; o con la conjunción de partidos que le dieron su apoyo en las elecciones; o llamando a personalidades independientes conocidas por su honestidad política y profesional y por ser buenos gerentes; o, finalmente, sumando un poco de cada una de estas posibilidades.
El presidente Chávez ha dicho que él no ha asumido compromisos con nadie y que hará un gobierno que le permita cumplir con las cuestiones básicas que se propuso: en lo político llamar a un referéndum popular que cree una Asamblea Constituyente para reformar la Constitución; en lo económico revisar el manejo de la gigantesca empresa estatal de petróleo (Petróleos de Venezuela S.A.) y generar mecanismos para evitar el contrabando y las actuaciones ilegales y corruptas en las aduanas, que producen la sangría de alrededor de 6 mil millones de dólares al año; y en lo social, trabajar por invertir en la educación y en la salud aprovechando la recuperación del dinero que hoy desaparece misteriosamente de las arcas nacionales. Nadie sabe si lo hará, mucho menos si lo logrará, pero la mayoría de los venezolanos está optimista y el 6 de diciembre hizo su apuesta por que así sea; por eso hoy Chávez es el presidente de la esperanza porque, como dijo su opositor al reconocer su derrota y desearle éxito al nuevo presidente, «su suerte es la suerte de Venezuela».
Caracas, fines de diciembre, 1998.
Por: Sergio Rodríguez G.
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