08 Octubre 2020
Fotos: Tomada de Radio Rebelde
Esta semana de octubre, en la que traemos la cabeza fija en el coronavirus, como hace tantos meses, y que, de vez en cuando, el Contingente Henry Reeve nos hace pensar a más de uno en el verdadero significado de ser médico, sería hasta lógico correr a entrevistar a Ernesto Guevara de la Serna* (al Che, sin tanta etiqueta), si pudiéramos por un momento obviar que sumamos un año más desde su asesinato.
Abrir el oráculo que tantas veces advirtió sobre la necesidad de industrializar la economía, sobre la incongruencia de que un país agrícola arrastrara un esquema de alimentación empobrecido, sobre la "tristeza" paradójica de un guerrillero pacifista con que “veía irse del Banco Nacional” el dinero para financiar la, aún así necesaria, preparación militar. Por suerte, fue tanto lo que dijo y escribió sobre casi todo lo que significaba ser humano, que si una pregunta con decisión, recibe una respuesta.
Carné profesional del Che
De cierta forma, llegó hasta una facultad de Medicina, en la que regalaba todos sus libros para que otros no tuvieran que comprarlos, y en la que, según algunas versiones, le llamaron chancho (cochino en nuestro español) en más de una ocasión, porque manipulaba los cuerpos con las manos desnudas, sin ninguna repulsión. Poco le ofendió el mote si, cuando fundara Tackle, la primera revista sobre fútbol rugby de Argentina, firmaba como Chang Cho. Tampoco logró rebajarle que lo llamaran así tras aquel 10 de octubre. "Pasen a ver a los chanchos muertos", dirían sus asesinos, en el mismo lugar donde hoy le llaman San Ernesto.
— ¿Pero, qué le ánimo a estudiar Medicina?
— Quería triunfar, como quiere triunfar todo el mundo; soñaba con ser un investigador famoso, soñaba con trabajar infatigablemente para conseguir algo que podía estar, en definitiva, puesto a disposición de la humanidad, pero que en aquel momento era un triunfo personal.
El sentido de su vocación cambió pronto, subiendo por la espina dorsal de América Latina. A medio camino, el Leprosario de Guía, en Lima, se le metió en la sangre, a sus 24 apenas. Vivir con ellos, comer con ellos, tocarlos sin guantes, fue recordarles a los enfermos que aún eran seres humanos, y no una enfermedad con piernas.
• El testimonio de un colaborador avileño frente al Ébola.
— ¿Cómo América se convirtió en un punto de giro en su vida?
— Empecé a entrar en estrecho contacto con la miseria, con el hambre, con las enfermedades, con la incapacidad de curar a un hijo por la falta de medios, con el embrutecimiento que provocan el hambre y el castigo continuo, hasta hacer que para un padre perder un hijo sea un accidente sin importancia, como sucede muchas veces en las clases golpeadas de nuestra patria americana.
Y empecé a ver que había cosas que, en aquel momento, me parecieron casi tan importantes como ser un investigador famoso o como hacer algún aporte sustancial a la ciencia médica: y era ayudar a esa gente.
Dejar guardado el título, para irse a la guerrilla, nunca fue dejar guardada esa humanidad. No pudo hacerlo en la Sierra Maestra, donde, además de estar al pie de un herido, corría también a “agarrar un fusil”, porque quedarse a esperar mientras se la jugaban otros era un “deshonor”.
— Pero en la paz es diferente, ¿verdad?
— Ahora los nuevos ejércitos que se formen para defender al país deben ser ejércitos con una técnica distinta, y el médico tendrá su importancia enorme dentro de esa técnica del nuevo ejército; debe seguir siendo médico, que es una de las tareas más bellas que hay, y más importantes en la guerra. Y no solamente el médico, sino también los enfermeros, los laboratoristas, todos los que se dediquen a esta profesión tan humana.
Nada de raro entonces que diera consejos a los jóvenes doctores que, desde la capital, iban a curar en pueblitos que nunca habían visitado. No es de extrañar que allá en Bolivia le pusieran Fernando Sacamuelas, cuando acudían a él los campesinos. Pero de eso ya no podemos preguntarle, porque su evocación enmudece en La Higuera, para hablar de otros modos, hecho símbolo. Este 9 de octubre también habló. Mire a sus alrededores, si no me cree.
*Todas las citas directas fueron tomadas del discurso El médico revolucionario, pronunciado el 19 de agosto de 1960 en el Ministerio de Salud Pública de Cuba.
Por: Amanda Tamayo Rodriguez
Fuente:Sociedad, invasor
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